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Actualizado: 2 de junio de 2025


Bartolo es un infeliz, incapaz de hacer daño á nadie. ¡Bartolo es un burro! profirió el mozo volviendo á encresparse. Y más cobarde que una liebre. Entre todos los mozos de Entralgo no hay ningún zampatortas más que él. Por eso es el único que chilla. Siempre relatando hazañas y en cuanto tocan á repartir leña ya se está escondiendo... ¿Cómo escondiendo? exclamó Martinán. Estás equivocado, Firmo.

No pudiendo mi imaginación abandonar el hilo de oro de sus ideas, aun todavía yo soñoliento, se me escapaban de mis labios estas palabras, que Bartolo, tomándolas por otras tantas interrogaciones matinales de las que acostumbro hacerle, procuraba satisfacer del mejor modo, entablándose así el siguiente diálogo: ¡Oh, Ismael!

¿No ha entrado aquí hace un momento Bartolo el de la tía Jeroma? Martinán, dando prueba brillante de diplomacia y corazón, le respondió: ; acaba de entrar, pero ha salido sin detenerse por la otra puerta y se ha metido en la pomarada. Firmo quiso seguirle. Martinán le dijo: Es inútil que le busques. La pomarada está más oscura que una cueva y no la conoces como él.

La tía Jeroma, madre de nuestro diputado Bartolo; la tía Brígida, su prima hermana y madre del prudente Quino; Elisa, joven de veinticinco años, recién casada, con temperamento y aficiones de vieja, y que por tenerlas todas hasta fumaba como ellas cigarrillos envueltos en hojas de maíz; por último, la vieja Rosenda, una mujer que vivía sola en un hórreo y que algunos tenían por bruja.

Los escritores de este tiempo acusan con frecuencia de lascivos al Zapateado, Polvillo, Canario, Guineo, Hermano Bartolo, Juan Redondo; á La Pipironda, Gallarda, Japona, Perra Mora, Gorrona, etc., y descargan especialmente sus iras en La Zarabanda, La Chacona y El Escarramán, tres bailes muy aplaudidos, aunque indecentes á lo sumo, repetidos en todos los teatros de España en la segunda mitad del siglo XVI, y causa principal de los anatemas de los rigoristas contra los espectáculos teatrales.

Allí estaban la tía Brígida, la tía Jeroma, Elisa y la vieja Rosenda, que deseando hacer olvidar sus desacatos antiguos, se inclinaba sonriente y melosa delante de Flora y le besaba las manos. Detrás del enorme corro de la gente, con el rostro ceñudo y sombrío, hallábase el homicida Bartolo.

Yo no hice ninguna alusión á sus extrañas relaciones con Lea, pero, cosa asombrosa, me sentí más celoso de ella que lo había estado de mi querida y me propuse estorbar sus encuentros, nuevo Bartolo de aquellas singulares Rosinas.

Al salir Flora tropezó reunidas más allá del Barrero, en el camino que domina la vega, á las tres sabias del lugar, la tía Jeroma, madre del glorioso Bartolo, Elisa y la vieja Rosenda. Departían según su costumbre, fumando cigarrillos envueltos en hojas de maíz y sentadas en el suelo orilla del camino. Al verla se alzaron muy solícitas y le hablaron con agasajo inusitado.

Nunca supe yo que Bartolo se haya escondido. Los paisanos prorrumpieron en grandes carcajadas. ¡Siempre, siempre! dijo Firmo con ímpetu. En la romería del Obellayo se acurrucó en una mata de zarza y allí se estuvo mientras hubo palos. Ayer noche, al comenzar la gresca, buscó la puerta de su casa y se trancó.

Está bien eso, Bartolo, pero tu madre te pegó en el carrillo derecho y el que tienes hinchado es el izquierdo. ¡Verdad! ¡verdad! exclamó la reunión en masa. Y se armó una de carcajadas tan estruendosas, que era imposible oir la voz estentórea del guerrero de Entralgo que protestaba rebosando indignación de aquel gratuito supuesto.

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