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Pero se plegó, sin embargo, por cierta mala vanidad, a una vida superficial, brillante, en la compañía de muchachos derrochadores que abandonaban los estudios o no los concluían nunca. Se acostumbró, así, a considerar la vida con optimismo irónico, y mientras calculaba hacer carrera más adelante, en la magistratura, frecuentaba el Jockey-Club, los cabarets y a las artistas.

Oiga Vd., prosiguió su interlocutor: no es de ahora que noto yo que me huye Vd. la cara. No huyo la cara ni á Vd. ni á nadie, contestó Varmen; pero no soy amiga de dar conversación á los hombres. Ni yo de sembrar para no coger: ¿está Vd., Varmen? ¿Vd. me desprecia á ? No, señor; yo no acostumbro á bajar á nadie de su estado. ¿Yo? No, señor: yo no abro mi ventana. Á otro se la abrirá Vd.

La conozco contestó el príncipe ; pero no acostumbro á ajustar mi vida á las comedias, ni creo en sus enseñanzas. Puedo asegurarte que no me casaré, aunque con ello desmienta á Shakespeare y al rey francés de cuya crónica sacó el argumento de su obra. Pero lo que pretendes es absurdo prosiguió Castro . Yo no lo que pensarán los demás, ¡pero impedirme á que...!

Los canarios, jilgueros y tordos de su pajarera, que hacían demasiado ruido, fueron encerrados bajo llave, para que no llegasen sus cánticos profanos al tocador-oratorio de la Regenta. Se acostumbró don Víctor de tal modo a hablar en voz baja, que hasta en la huerta, paseándose con Frígilis, eran sus palabras un rumorcillo leve.

Una nueva mirada de aquellos ojos verdes: pero esta vez fría, amenazadora, algo así como un relámpago lívido, reflejándose en el hielo. No ... contestó con una lentitud que parecía subrayar su desdén. Yo acostumbro a abandonar los sitios cuando me fastidio en ellos. Y tras una nueva pausa, miró a Rafael de frente, para saludarle con un frío movimiento de cabeza. Buenas tardes, caballero.

Alguna vez he asistido con la imaginación á las soirées donde usted ha brillado tanto, condesa. ¿De veras? , señora; acostumbro á leer las revistas de salones de La Epoca, y en ellas he visto con frecuencia el nombre de usted rodeado de adjetivos que ahora me parecen pálidos. Mil gracias. Me precio de sincero, condesa.

Las lecciones y conferencias duraban horas y horas. El Comendador se acostumbró de tal suerte á aquel dulce magisterio, que el día en que no daba lección le parecía que no había vivido. Sus días de Villabermeja fueron disminuyendo, y alargándose cada vez más los que pasaba con la discípula.

Desapareció el respeto que la diferencia de clases había despertado en ella al comienzo de sus amores; se acostumbró á dominarle, á imponerle sus gustos y caprichos, á escuchar con indiferencia sus palabras apasionadas, candentes. De tal modo, que á los seis meses le trataba como á un niño, le hablaba en tono protector, se reía de sus puerilidades, le reprendía y le martirizaba.

Cuando joven, obedeció a su marido; erigido después Pepe en jefe de la familia por la fuerza de las circunstancias, se acostumbró a mirarle como tal, y en las menudencias caseras seguía el parecer de su hija, mostrando en todo ser nacida para obedecer.

No pudiendo mi imaginación abandonar el hilo de oro de sus ideas, aun todavía yo soñoliento, se me escapaban de mis labios estas palabras, que Bartolo, tomándolas por otras tantas interrogaciones matinales de las que acostumbro hacerle, procuraba satisfacer del mejor modo, entablándose así el siguiente diálogo: ¡Oh, Ismael!