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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Alguna vez he asistido con la imaginación á las soirées donde usted ha brillado tanto, condesa. ¿De veras? , señora; acostumbro á leer las revistas de salones de La Epoca, y en ellas he visto con frecuencia el nombre de usted rodeado de adjetivos que ahora me parecen pálidos. Mil gracias. Me precio de sincero, condesa.

Y aún tienen más: brazos marmóreos, frescos como rosas salpicadas de rocío; senos sobre los cuales el gran Praxíteles modeló su copa, que es la línea más pura y más ideal de la antigüedad... Los senos, en otra era, en la idea de ese ingenuo anciano que los formó, que fabricó el mundo, y de quien una enemistad secular me veda pronunciar el nombre, eran destinados a la nutrición augusta de la humanidad; hoy, ninguna madre racional los expone a esa función deterioradora y severa, sirven sólo para resplandecer entre encajes a la luz de las «soirées» y para otros usos secretos.

Como todos los viejos dandys, después de tragar sus píldoras de salud, entregaba su figura a los afeites milagrosos de Guerlain, y como si se sumergiera en la fuente de Juvencio, se bañaba con precauciones en agua tibia y perfumada, dormía como los donceles de César en lecho de plumas y su medio siglo largo, necesitaba después de sus encantadas soirées, que el edredón de los sibaritas cubriera y protegiera sus miembros fatigados como los de Júpiter, después de sus transformaciones.

Su esposa en cambio ni atendía ni quería oir hablar siquiera de sus cacerías, de sus disputas, de las ocurrencias de sus amigos. Todo lo que no fuese modas, bailes, descripciones de las soirées madrileñas, bodas de los grandes de España, le interesaba poco. Lo que más excitaba su curiosidad era cuanto se refería a los reyes y a la real familia.

¡Jesús, que café, capitán! dijo Bertita, haciendo un gracioso mohín de desagrado al saborear el negro líquido que humeaba en la taza: nunca podré acostumbrarme á estos brebajes recordando el Moka que se tomaba en casa del Ministro, el primo de este. Pues no digo á ustedes nada, del que se servía en la embajada de Rusia, ni el que se daba en las soirées de la Baronesa: ¡Jesús, Jesús, qué país!

Luego otra vez a verlos en el teatro, en las soirées, después de haberlos visto por la mañana en la acera de la calle de Alcalá y por la tarde en algún five o'clock, en la exposición de pinturas, en las carreras, en dondequiera que repicasen. Cualquiera diría, pensaba Reynoso, al observarlos tan presurosos, tan sedientos de verse a todas horas, que estos señores se aman entrañablemente.

Se necesita tener bien envilecido el corazón para entregarlo á un patán como ése. ¡Qué risa!... Digo, no... ¡qué vergüenza! ¡Lindo galán ha elegido la condesa de Trevia!... Este invierno de seguro llamará la atención en las soirées de los duques de Hernán-Pérez. Tengo en mi mano el rayo que os puede pulverizar... ¡Allá os lo envío!

Palabra del Dia

commiserit

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