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Elena quiso quedarse con las personas serias, pero su marido, que conocía y adoraba su naturaleza infantil, la instó para que formase parte de los excursionistas. Al mismo tiempo dio orden para que los criados llevasen algunas vituallas para merendar. A todo atendía la previsión eficaz y la cortesía llana y tranquila de aquel hombre respetable.

Ballester había recomendado que se le diera carne cruda; pero como él se negaba a comerla, doña Lupe discurrió el darle menudillos, corazones de aves, y suprimir para él el cocido y los feculentos. Para postre le trajo bruños de Portugal. A nada de esto atendía Fortunata, por tener el pensamiento enteramente ocupado con aquella idea de visitar el asilo de doña Guillermina.

Sería alguna extranjera. Rafael la tenía frente a su banco y veía su mano enguantada apoyándose en el antepecho de la tribuna, agitando el abanico con escandaloso crujido. El resto de su cuerpo se confundía en la penumbra de la tribuna al echarse atrás para cuchichear y reír con su acompañante. Distraído por aquella revista, Rafael apenas atendía al orador.

Maltrana no atendía a la caza de sus compañeros; deseaba que acabase la expedición cuanto antes. Causábanle lástima y repugnancia aquellos cuerpecillos de pelo suave que el señor Manolo iba reuniendo al par que hacía grandes elogios del peso de su carne palpitante.

Ya se ve, como no tiene hijos... no sabe en qué gastar el dinero. ¿Se ha fijado usted en aquellos grandes ramos, monísimos, con flores de tisú de oro y hojas de plata? replicó Fortunata que atendía con toda su alma . ¡Los que se pusieron en el altar el día de Pentecostés! Los mismos. Pues los regaló Jacinta.

Así y todo, del tiempo en que su madre venía todas las tardes y le atendía, existían allí muchas plantas de flores, grandes arbustos que con el tiempo y con aquel suelo feraz se iban trasformando en árboles frondosos. Mientras recorrían caminos arenosos, de los cuales el césped se iba apoderando por falta de limpieza, la condesa explicaba en voz alta cómo había llegado hasta allí.

Sin embargo era tal la piedad de estos, que no tan solo se atendia en muchas á las restauraciones necesarias, como atestigua S. Eulogio, si bien añadiendo que esto se hacia económicamente y con cierta rudeza, sino que tambien se erigian de nueva planta basílicas en la ciudad y monasterios para ambos sexos fuera de ella.

Aunque era en el mes de agosto, Marta y las amigas sintieron frío repentino en el claustro y corrieron a refugiarse en la iglesia, donde don Serapio, acompañado del órgano, degollaba la hermosa plegaria de Stradella. Esperose algún tiempo, con grandes ímpetus de curiosidad. Nadie atendía a la cascada voz del fabricante de conservas.

Lástima que no hayas llegado por la tarde. La tiple cantó como un ángel... ¡Y el baile!... El baile te digo, chico, que ni en Bilbao ni en la Coruña lo sacan mejor... Pero no te disgustes, que yo haré que se repita antes que se vaya la compañía... o poco he de poder. Pero Gonzalo no atendía.

Don Pedro atendía a satisfacer sus menores deseos: en ocasiones se mostraba hasta galante, trayéndole las flores silvestres que le llamaban la atención, o ramas de madroño y zarzamora cuajadas de fruto. Como a Nucha le causaban fuerte sacudimiento nervioso los tiros, no llevaba jamás el señorito su escopeta, y había prohibido expresamente a Primitivo cazar por allí.