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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Viendo Tirso que la madre atendía sus exhortaciones, no solamente insistió en ellas, sino que trató de conquistar el ánimo de Leocadia, siéndole necesario para ello aguzar la astucia, pues la diferencia de caracteres entre doña Manuela y su hija pedía táctica diversa. La primera cedió por bondad y mansedumbre: en ella era hábito plegarse a la voluntad ajena.
Paco Ruiz parecía atender con cuidado al juego, mientras en sus labios se dibujaba vagamente una sonrisa sarcástica. Carmen también atendía á sus cartones, pero roja y confundida. El efecto que de repente produjeron á nuestro señorito no sólo aquellos dos seres miserables que tenía cerca, sino todos los allí congregados, no es fácil de describir.
Á la sombra de aquella casa patriarcal fué creciendo la pequeña Juana, no sólo de cuerpo, sino también en virtudes hasta llegar á ser una especie de santita. Su fervor se traducía en interminables oraciones que mascullaba al paso que atendía á sus quehaceres, y para ella no había felicidad como ir á la iglesia.
A esto atendía yo, cuando de las figuras que aún quedaban de rodillas en el centro del coro se levantó una, dirigiéndose a la reja y al mismo lugar en que yo estaba. Mi impresión al verla, al ver su cara, al ver sus ojos que me miraban, fué tan viva, tan aterradora, que hube de quedar petrificado, la sangre helada, la vida en suspenso, hecho una estatua de plomo.
Paseó su mirada lánguida por los circunstantes esperando que se le pidiese explicación de aquel cansancio. Pero D. Laureano atendía a su juego; Adolfo Moreno seguía enfrascado en la lectura; Miguel Rivera, que hacía un rato había llegado, se le quedó mirando fijamente y con cierta sonrisa burlona. El único asequible en aquel momento era Mario. A él se dirigió metiéndole la boca por el oído.
Por lo menos atendía con más escrupulosidad si posible fuera que su futuro tío á los vasos y copas que cada parroquiano consumía y si en cualquier rara ocasión al buen Martinán se le pasaba sin cobrar alguno, Quino se lo recordaba al oído. Con esto la estimación que el filósofo le profesaba crecía algunos palmos. No dudaba que el hijo de la tía Brígida haría enteramente feliz á su sobrina.
No veo la calle sino cuando voy á las Góngoras los domingos muy temprano; pero al verme fuera, me parece que estoy más sola que aquí. ¿Y él no tiene empeño en que usted se divierta, en que pase agradablemente la vida? dijo el militar casi asustado de su curiosidad y mirando de soslayo á Elías para ver si atendía á su conversación. ¿El?
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