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Contienen ideas sobre las causas y los efectos, sobre la razón de todo lo que pensamos y el modo como lo pensamos, y enseñan la esencia de todas las cosas. La Nela parecía no comprender ni una sola palabra de lo que su amigo decía; pero atendía profundamente abriendo la boca.

El sosiego melancólico con que el mar se despedía de la luz causó en Marta impresión profunda. Con la cabeza inclinada sobre el agua y los ojos extáticos contemplaba los más leves matices que la luz iba despertando en ella y atendía a todos los rumores que sonaban en lo profundo. El sol se sumergió enteramente. El océano dejó escapar un sollozo inmenso, colosal.

Sus cartas son elocuente testimonio de la ternura, con que amaba á sus hijos, y de la nimia solicitud, con que á ellos atendía; es necesario leerlas para amar por sus sentimientos humanitarios á este gran poeta. Marcela, como hemos dicho, estaba quizás separada de él desde 1622 por las paredes de su convento.

Mientras la bruja, toda temblorosa, atendía, oyose fuera un grito ronco, y casi inmediatamente el cuervo Hans, penetrando en la cueva, comenzó a describir grandes círculos bajo la bóveda, agitando las alas como si estuviese azorado y lanzando lúgubres graznidos. Yégof se quedó pálido como un muerto.

Su hija le envolvía, mientras hablaba, en una mirada de admiración y cariño que él no parecía observar. Sin embargo, la trataba con mimo: no la llamaba más que «chiquita», y la atendía en la mesa como a una dama festejada. De la prima Etelvina hacía poco o ningún caso.

Se abalanzaron entonces a los comestibles que estaban a la vista: pastelillos y dulces de diversas épocas, artísticamente moteados con deyecciones de moscas a pesar de su encierro entre cristales. El dueño, detrás del mostrador, atendía al remedio de esta hambre general abriendo latas de sardinas y cortando lonchas de salchichón blanducho.

El mozo le saludaba en el momento de dar un restregón con el paño a la mesa, y él, contestando con cierta dignidad, frotábase las manos, se acomodaba bien en el asiento, conservando la capa sobre los hombros; después acercaba el vaso, poniendo a la derecha, a la discreta distancia a que se pone el tintero para escribir, el platillo del azúcar, y luego atendía a la operación de verter en el vaso la leche y el café, poniendo mucho cuidado en que las proporciones de ambos líquidos fueran convenientes y en que el vaso se llenara sin rebosar.

A todo esto atendía poco el enfermo, porque tenía su pensamiento harto distante de los disturbios de España.

Cuando las exigencias del partido le hacían abandonar la ciudad, era su esposa, la enérgica doña Bernarda, la que atendía las consultas, dando respuestas, en concepto del partido, tan acertadas y sabias como las del quefe. Esta colaboración en el sostenimiento de la autoridad de la familia era lo único que unía a los esposos.

Pero con todo eso atendía a la plática y no perdía la ocasión de mostrarse ingenioso, incisivo y dominar a los demás por su donaire. Abandonada la filosofía, se había entrado en el terreno de las personalidades. Se trajo a cuento los defectos, las manías y ridiculeces de las personas conocidas de la alta sociedad.