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Y a pesar de la tristeza con que dijo estas palabras, algo de su antigua coquetería de artista festejada y admirada por la muchedumbre se mostró a través de su sonrisa, rejuveneciéndola con llamarada fugaz. «¡Qué gran mujer debe haber sido! pensó Fernando ¡Y qué desgracia la suyaMientras se alejaba, llevando de la mano a su hijo, él la siguió con ojos de conmiseración.

Misia Gregoria halló, en su amor de madre, fuerzas para decir: Eso no, Bernardino, ¡pobrecito! la verdad es que él no tiene la culpa; todos han hecho lo mismo: ahí está el hijo de la cuñada de Eneene, que la ha dejado en la calle, y el doctorcito ese que te hace la corte para que le hagas nombrar diputado, se ha comido en la Bolsa toda la fortuna, muy seria, por cierto, de su hermana viuda, aquella tan festejada y codiciada, la que se ve hoy en el caso de pedir dinero a interés a don Raimundo Portas, para poder vivir.

la guiarás para que pueda vencer los obstáculos. Ella hará su camino en el mundo festejada como una reina, y no sentirá las cadenas...»

Su hija le envolvía, mientras hablaba, en una mirada de admiración y cariño que él no parecía observar. Sin embargo, la trataba con mimo: no la llamaba más que «chiquita», y la atendía en la mesa como a una dama festejada. De la prima Etelvina hacía poco o ningún caso.

El día 2 de Febrero de 1800, el convento de santa María la Real, de Sevilla, vióse engalanado y lleno de concurrencia, en la que figuraban muy señaladas personas de la ciudad, las cuales presenciaron la profesión religiosa de la antes tan aplaudida y festejada actriz Rosa Pérez, que se convirtió en sor Rosa de Jesús María.

Tanto más, cuanto que Soledad comenzaba á ser festejada y requebrada de cuantos á su lado cruzaban, jóvenes ó viejos. Era el recreo de los ociosos que acudían á la hora del crepúsculo á ver salir las costureras de sus talleres, el orgullo de su familia y la envidia de las compañeras.

Por primera vez la gran fecha de Francia era festejada en un buque alemán; y mientras los músicos seguían paseando por los diversos pisos una Marsellesa galopante, sudorosa y con el pelo suelto, los grupos matinales comentaban el suceso. «¡Qué finura! decían las damas sudamericanas . Estos alemanes no son tan ordinarios como parecen.

Con esto la figura de la chica fue creciendo en su recalentado cerebro, y la que antes le parecía una caprichosa rapazuela buena tan sólo para un fugaz devaneo, al verla ahora festejada y perseguida por un joven distinguido de la corte, adquirió grandes proporciones a sus ojos y la juzgó ¡oh poder de la vanidad! digna de ser amada por lo fino.

Viose repentinamente transportada a las altas esferas que ella no conocía sino por ese brillo lejano, ese eco y ese perfume tenue que la aristocracia arroja sobre el pueblo. Viose dueña del palacio de Aransis, mimada, festejada y querida.