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No me olvidaré nunca de aquellas deliciosas comidas en casa de D. Diego Suárez, cuyo hogar hospitalario me fue abierto con tanto cariño. Nunca éramos menos de quince o veinte, y desde el primer plato, la mesa era una arena para el espíritu de los concurrentes. ¡Qué animación! ¡Cómo se cruzaban las ocurrencias más originales e inesperadas!

El sol se había puesto dos horas antes y la noche era calurosa como un día de verano. Los dos esposos se sentaron juntos en un banco rústico a orillas del mar. La luna no había aparecido aún en el horizonte, pero las estrellas fugaces cruzaban el cielo en todas direcciones, y las olas iluminaban la playa con sus fosforescencias. Don Diego aun estaba aturdido por la noticia que acababa de oír.

Por todos los caminos que cruzaban el terreno dirigiéndose al gran centro de población como los rayos de una rueda convergen en el cubo, oíanse el campanilleo de los collares de los caballos, el rodar de los carros, el chasquido de los látigos y el eco de voces brutales. Era el feo límite en donde comienza la actividad del torbellino de la vida de París.

Todos los fuertes permanecían silenciosos, mudas las trincheras carlistas, ni una detonación, ni una humareda cruzaban el aire. La nieve cubría el campo con su mortaja blanca bajo el cielo entoldado y plomizo.

También le llamaba mucho la atención Catana. Juraría que se cruzaban entre las dos ciertas ojeadas recelosas de tarde en cuando... Además, la rondeña paraba en el comedor lo menos que podía, huyendo siempre de encontrarse con la mirada de su amo.

Las damas de los coches, por su parte, cruzaban entre saludos, señas y sonrisas, sin poder disimular un involuntario azoramiento, semejante al del chico descarado que se resuelve a hacer una travesura en las barbas mismas del maestro.

Deteníanse a contemplar los incidentes del tiro de palomo establecido en el cauce del río, pedregoso, inmenso, surcado por unas cuantas venillas de agua, que se cruzaban caprichosamente, formando verdes archipiélagos.

Y en el centro de ese interesante anfiteatro de ondas azules, rocas, colinas, palacios y pequeños pinales, se destacaban las chimeneas y los mástiles de multitud de grandes y pequeños vapores, gigantescos navíos, bergantines y barcas, y se cruzaban caracoleando, impulsadas por el remo, centenares de lanchas ó faluchos pintados de colores, como mariposas volando sobre la tersa superficie de un lago.

Tanto más, cuanto que Soledad comenzaba á ser festejada y requebrada de cuantos á su lado cruzaban, jóvenes ó viejos. Era el recreo de los ociosos que acudían á la hora del crepúsculo á ver salir las costureras de sus talleres, el orgullo de su familia y la envidia de las compañeras.

Desde que era objeto de cortejo y los mozos acudían a solicitarla dos veces por semana con arreglo al tradicional festeig, parecía haberse dado cuenta de grandes e inesperados peligros que antes no sospechaba, y permanecía al lado de su madre, evitando toda ocasión de verse a solas con un hombre, ruborizándose apenas unos ojos varoniles se cruzaban con los suyos.