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Muchachas flacas, de lacias faldas y pelo cargado de aceite, cruzaban las manos sobre el hundido vientre, y fijando sus ojos en los de la gran señora, cantaban con un hilillo de voz las angustias de la madre al ver a su hijo chorreando sangre y tropezando en las piedras bajo el peso de la cruz.

Centenares de bergantines y goletas, de botes carboneros y de barcas pescadoras se cruzaban en todos sentidos, ya mostrando el rico velámen, y el pabellon frances, inglés ú holandes, ya la roja y única vela del barco pescador ó puramente costanero, rápido como una gaviota que roza apénas la superficie de las ondas.

Reyes abrió la puerta, procurando evitar el menor ruido. Para él era el teatro el templo del arte, y la música una religión. Se sentó con movimientos de gato silencioso y cachazudo; apoyó los codos en el antepecho y procuró distinguir los bultos que como sombras en la penumbra cruzaban por el oscuro escenario.

¡De Gautet! ¡Eh, De Gautet! llamó una voz desde el puente. ¡Despacha, hombre, si no quieres tomar un baño antes de meterte en cama! Era la voz de Ruperto y momentos después él y De Gautet dándose el brazo cruzaban el puente. Llegados al centro de éste, Ruperto detuvo a su compañero, se inclinó, mirando hacía el foso, y yo me oculté prontamente tras la «Escala de Jacob

Las ansias amorosas se cruzaban en su espíritu con temores vagos, y al fin venía a considerarse la persona más desgraciada del mundo, no por culpa suya, sino por disposición superior, por aquella mecánica espiritual que la empujaba de un modo irresistible.

Daba asco. Bueno estaría empezar a querer en el mundo cerca de los treinta años... ¡y a un clérigo!... La vergüenza y algo de cólera encendían el rostro de Ana. ¡Pero ese hombre esperaría que yo... en mi vida!...». Como aquella tarde pasó muchos días la Regenta. Las mismas ideas cruzaban, combinadas de mil maneras, por su cerebro excitado.

Por el agrio talud de la ribera ascendían lentos carros cargados de arena y casquijo, y cruzaban después el puente, bañado en sudor el tiro, muy despacio, sonando a largos intervalos las campanillas.

Apretó pues el paso, y corrió á trechos, comiendo el pan que llevaba en el zurrón y apagando la sed en los cristalinos arroyos que halló á su paso. Al cabo de una hora tuvo la fortuna de alcanzar á un leñador que con su hacha al hombro llevaba la misma dirección que él, lo que le evitó perder más tiempo y aun extraviarse en los numerosos senderos que cruzaban el bosque.

El cielo mostraba la faz severa, aunque tornadiza; algunas nubes grandes y oscuras rodaban sobre los edificios de la Puerta del Sol, desahogándose un poco de su peso; cruzaban con harta prisa para no presumir que pronto vendría un claro que permitiera escaparse.

Las conspiraciones cruzaban diariamente sus hilos que venían de diversos focos, y la unanimidad del designio hacía por la exuberancia misma de los medios, casi imposible llevar nada a cabo.