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Daba asco. Bueno estaría empezar a querer en el mundo cerca de los treinta años... ¡y a un clérigo!... La vergüenza y algo de cólera encendían el rostro de Ana. ¡Pero ese hombre esperaría que yo... en mi vida!...». Como aquella tarde pasó muchos días la Regenta. Las mismas ideas cruzaban, combinadas de mil maneras, por su cerebro excitado.

Una tarde, al anochecer, al ir a entrar a la fonda, pasó por delante de la criada vieja de casa de doña Hortensia, la señora Presentación, y me dió una carta. Era de Dolorcitas. Me citaba para las diez de la noche; tenía que hablar conmigo. Me esperaría en la reja. Vivía en la calle de los Doblones, cerca de la Aduana. Toda mi ecuanimidad se vino abajo desde aquel momento.

Esperaría a que el molesto transeúnte se fuese por otra calle. Y mientras tanto, escuchaba a Tónica, cuidando de ladear el paraguas para que la cubriera bien, y mirando al suelo, como encantado por el trozo de enagua blanca al descubierto y las pequeñas botinas que saltaban los charcos con una graciosa ligereza de pájaro.

Los indios habían salido de la iglesia con su música, el domingo antes, apenas se supo que Juan no esperaría el tren del día siguiente: y cuando le trajeron a Juan la mula, vio que la habían adornado toda con estrellas y flores de palma, y que todo el pueblo se venía tras él, y muchos querían acompañarle hasta la ciudad.

Papá ha rechazado ya varios partidos, pero eso no me importa mucho, porque no tengo prisa. Esperaría tranquilamente hasta los veinte años; pero desearía saber si siempre se opondrá a que me case. Pregúntaselo. ¡Ah! ahí está el busilis prosiguió Blanca, algo turbada; te declaro que papá me da miedo, o más bien dicho, me intimida.

En fin, un día dejó de visitarme; así pasó una semana, un mes, y nadie sabía darme razón de ella. Comprendí que había acabado toda dicha para y que en vano esperaría a mi madre. He aquí lo que había pasado: »Las esperanzas de mi padre se habían realizado. Actos del mayor heroísmo habían hecho que sus generales se fijasen en él y acababa de ser promovido al grado de jefe de división

Los cajones estaban abiertos y todo indicaba los preparativos de un viaje. Mauricio pensó "Está ya en el coche." Cogió su abrigo y un sombrero y bajó vivamente. Salió por la puertecilla, volvió la esquina de la calleja y no vió coche alguno. Supuso que el cochero, habría entendido mal y esperaría, acaso en el otro extremo de la calle, y corrió á cerciorarse. La callejuela estaba desierta.

Mientras se raía con la navaja de barba los contados pelos rubios que brotaban en sus carrillos, Julián maduraba un proyecto: afeitado y limpio que fuese, emprendería el camino de Cebre un pie tras otro, en el caballo de San Francisco; allí le pediría al cura una jícara de chocolate, y esperaría en la rectoral hasta las doce, hora en que pasa la diligencia de Orense a Santiago; malo sería que en interior o cupé no hubiese un asiento vacante.

Y al mismo tiempo miraba atrás, viendo con gozo que el transeúnte importuno había desaparecido. Ahora que se lanzaba; esperaría a pasar la plaza del Mercado, y así que entrase en la calle de Gracia, soltaría su declaración. Tónica vivía en esta calle, poco tiempo le quedaba para espontanearse, pero cuando se lleva una cosa bien pensada, basta con pocas palabras.

Aguado. Emma se empeño en que debía dar baños de mar; era la época, y aquello todavía esperaría un poco; había tiempo de ir y volver. Por aquel tiempo los baños de mar todavía no eran cosa tan corriente como en el día. En el pueblo de Emma, aunque a pocas leguas de la costa, era escaso el número de familias que buscaban el mar por el verano.