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Clotilde pintaba con frase apasionada el retiro donde irían a esconder su felicidad: un cuarto alto del barrio de Salamanca, lleno de luz, un nido risueño donde Inocencio trabajaría en su despacho, escribiendo comedias, mientras ella bordaría a su lado en el mayor silencio: cuando se fatigase, charlarían un instante para descansar y después le daría un beso y emprendería de nuevo su tarea: por la noche saldrían cogidos del brazo a dar una vuelta y a casa otra vez: nada de teatro; lo aborrecía con toda el alma: en la primavera irían a pasear por las mañanas al Retiro y tomarían chocolate entre los árboles; en el verano a pasar un mes o dos a la provincia de Inocencio a proveerse en el campo de buen color y de salud para el invierno.

Luego se emprendería el remedo de los astros, porque los astros eran inmaculados, extáticos, inmutables, fuera del mundo de la corrupción. Sus esencias inteligentes contemplaban al Ser Único en la eternidad; y nada ayudaba a abstraerse de todo el mundo sensible y caer en la embriaguez, en el supremo delirio, como la imitación de su movimiento por medio de la danza, de la rotación indefinida.

Se alejaría de aquella familia que sólo era en apariencia suya, pero a la cual no le ligaba lazo alguno; se casaría con Tónica, buscaría una tienda modesta y emprendería otra vez la conquista azarosa y difícil del dinero, teniendo por maestro a don Eugenio y siguiendo los procedimientos lentos y rutinarios del comercio a la antigua.

Mientras se raía con la navaja de barba los contados pelos rubios que brotaban en sus carrillos, Julián maduraba un proyecto: afeitado y limpio que fuese, emprendería el camino de Cebre un pie tras otro, en el caballo de San Francisco; allí le pediría al cura una jícara de chocolate, y esperaría en la rectoral hasta las doce, hora en que pasa la diligencia de Orense a Santiago; malo sería que en interior o cupé no hubiese un asiento vacante.

¡Oh don Francisco! me llamáis ciego, y sin embargo, no reparáis en que os veo levantaros delante de como un gigante, y os respeto; no comprendéis que os aprecio en cuanto valéis, y que que con vuestra ayuda nada temería: lo emprendería todo, continuaría los tiempos de esplendor de España... Me estáis ofreciendo moneda falsa. Y vos me estáis desesperando.

Primero se sintió desalentada y como aniquilada por la fatiga; una nueva claridad iluminó su espíritu, comenzó a reflexionar, y a buscar en aquella necesidad extrema, si no existía algún último medio de continuar su lucha contra el destino. ¿Despertaría su hija? ¿La vestiría apresuradamente y emprendería la fuga con ella a favor de la obscuridad?