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Tenía ahora una escala apoyada en cada una de sus rodillas; sobre los muslos se alzaban otras escalas más grandes, cuyo remate venía á apoyarse en sus hombros, y por todas ellas se desarrollaba un continuo subir y bajar de seres diminutos, agitándose como marineros que preparan una maniobra.

Y en efecto, allí acudían todos los capitanes y pilotos que hacían escala en la villa. Su admiración a veces, rebasando un poco los límites de la gravedad británica, les impulsaba a aproximar demasiado las luengas barbas rubias al rostro de alguna bella. ¿Usted es bobo, cristiano? preguntaba ella poniéndole la mano en el pecho y rechazándole con fuerza.

Aléjase Diego arrepentido; pero entonces el mismo Don Gil, que desde fecha muy anterior lucha con el amor á Lisarda, sucumbe de pronto á la tentación: se aprovecha de la escala arrimada á la ventana; entra dentro, y, en lugar de Don Diego, se precipita en los brazos de la bella Lisarda.

Salta pues dentro, y miralo bien todo. Salta GAYO MARIO en la ciudad. Siguele tu tambien, Jugurta, amigo; Mas sigamosle todos. No conviene Al oficio que tienes esta impresa, Sosiega el pecho, buen señor, y espera Que Mario vuelva ó yo con la respuesta De lo que pasa en la ciudad soberbia: Tened bien esa escala. O cielos justos!

La pipa medio podrida arrimada al muro, como al descuido, los palos del espaldar roto formaban otra escala; aquella la veía todos los días veinte veces y hasta ahora no había reparado lo que era: ¡una escala!

La entrada al rio no se determina realmente sino casi al llegar á «San-Lúcar-la-menor», pequeña población mercantil ó de escala, asentada á la margen izquierda del Támesis andaluz.

Aquello sería un paraíso; no estaba allí doña María. No he vivido más que para ti; y si alguna vez he hecho un esfuerzo para subir un peldaño en la escala del mundo, hícelo sólo con el deseo de llegar, si no a valer tanto como , al menos a ponerme en condición tal, que no se rieran de cuando te miraba. Mentiroso, también has aprendido a disimular.

Salvatierra acompañó en Cádiz hasta la escala del trasatlántico a su camarada, el señor Fermín, que partía para el nuevo mundo, con Rafael y María de la Luz. ¡Salud! Ya no volverían a verse. El mundo es demasiado grande para los pobres, siempre inmovilizados en el mismo sitio por las raíces de la necesidad. Salvatierra sintió saltársele las lágrimas.

El famoso Marco Polo en lo antiguo, y Livingstone o Stanley en estos tiempos, fueron junto a ellos exploradores de poco más o menos. ¿Qué mayor expedición que ir desde el Noviciado a la Puerta de Hierro haciendo escala en el Puente Verde para llamar ¡todas! ¡todas! a las lavanderas del río? ¿Pues y el viaje a Moratalaz o Amaniel para ver hacer el ejercicio a la tropa? ¿Y el ir a extasiarse ante los puestos de San Isidro, en vísperas de romería, o marcharse en invierno a ver si se había helado el Canal del Lozoya?

La verdad ante todo: yo, que hasta entonces dominaba la escena con el desembarazo que da la conciencia de «valer más» en la escala de la educación y de la cultura intelectuales, al verme enfrente de aquellos dos concurrentes de tan distinguido y elegante porte, sentí que se me bajaban mucho los humos de la chimenea, hasta en lo de llevar bien la ropa, particularmente en lo que tocaba la comparación con el apuesto y correctísimo yerno del señorón de Coteruco.