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Así, pues, lo natural era que, viendo Salomón a Echeloría enamorada de otro, afligida y llorosa, y rechazándole por estilo arisco y montaraz, había de mostrarse desprendido. Al hacer esta suposición, muy plausible, Mutileder se ponía colorado de vergüenza.

Lo único por lo que siento morirme es por no ver más estos seres preciosos, encantadores. Al mismo tiempo le cogió con dos dedos la barba. Ya sabemos que Manuel Antonio no podía sufrir tales juegos de manos delante de gente. Vamos, pajalarga, quieto exclamó poniéndose serio y rechazándole. ¿Que no eres precioso?

¡Quita, quita! dijo rechazándole. Tengo que hacerte una pregunta. ¿Dónde has estado esta mañana? ¿Esta mañana?... En muchas partes. En casa, en el Saloncillo, en la cochera... en la punta del Peón... ¿No has estado en la calle de San Florencio? ; he pasado por allí dos o tres veces. ¿Y a quién has encontrado? ¡Chica, qué yo!... A mucha gente.

Otro que estaba ya borracho levantó la tapa del mostrador y se aproximó al tabernero diciendo con palabra estropajosa: Martinán, estás gordo; déjame tomarte en peso. ¡Vamos, abajo esas patas! dijo Martinán rechazándole. El borracho insistió tratando de abrazarle por las piernas para levantarle. ¡Quieto, Melchor, ó te voy á dar agua de aceitunas para quitarte la borrachera!

Se lanzó a estrechar en sus brazos la cabeza de su esposa; pero esta le recibió con los puños, que, rechazándole con fuerza, le hicieron perder el equilibrio y casi caer sobre don Basilio. ¡Nerviosa, nerviosísima! dijo el médico, disimulando el dolor de un callo que le había pisado aquel calzonazos. Empezaron las explicaciones.

Al mismo tiempo sintió Juana que el brazo de Monthélin rodeaba su cintura. Despertose como de un sueño, levantose y rechazándole violentamente exclamó: ¡Ah, mi pobre señor! Si supieseis qué mal momento habéis elegido. No había como equivocarse sobre el acento de su voz y la expresión de su semblante, el sentimiento que la animaba era claramente el del desdén más frío e implacable.

Cogió el brazo á Sorege, rechazándole con fuerza, y dijo articulando un grito de furor: ¿Tendré que matar á este hombre? Se calmó instantáneamente, soltó al conde y dijo dirigiéndose á miss Harvey: Perdone usted, señorita. No quería que fuese usted testigo de una escena de violencia, pero me han obligado.

Y en efecto, allí acudían todos los capitanes y pilotos que hacían escala en la villa. Su admiración a veces, rebasando un poco los límites de la gravedad británica, les impulsaba a aproximar demasiado las luengas barbas rubias al rostro de alguna bella. ¿Usted es bobo, cristiano? preguntaba ella poniéndole la mano en el pecho y rechazándole con fuerza.

Pero no era uno, sino buena porción los que le estaba aplicando en ambas mejillas. La joven frunció el entrecejo, disgustada de aquellas caricias, que por venir de un viejo no debían de serle agradables. Además, ya se ha dicho que los labios del duque, por efecto de la manía de morder el tabaco, solían estar sucios. ¡Quita, quita! dijo al fin rechazándole . No me sobes más.