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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Al dar las diez de la mañana de uno de los primeros días de mayo del año 1838, se abrió la puerta cochera de un pequeño palacio de la calle de los Maturinos para dar paso a un joven montado en magnífico corcel de pura raza inglesa. Tras él y a la debida distancia salió un criado vestido de negro y montado también en un caballo de pura sangre, pero visiblemente inferior al primero.
Pero... vamos a ver, mírenme un poco; sin alabarme, tengo talla como para derribar a un dogo de un puñetazo, no como para emprender la fuga ante miserables gozquecillos. ¡Ah, pero!... Señores, esperé tres días para dejar que la cosa madurara un poco; después, mi carruaje de caza fuera de la cochera, mis dos trotones con las pecheras, y en camino a Krakowitz. Linda propiedad, no hay que decir.
Hizo que se vistiese a toda prisa, y dando orden a los criados para que tuviesen encendidas todas las luces de la casa a fin de engañar a los de afuera, salió con ella por la puerta de la cochera, que daba a un callejón solitario. Los acompañaba únicamente Manuel Antonio. Dirigiéronse por las calles más extraviadas a casa del Jubilado.
No era grande la distancia de allí a su casa, pero aunque le dijeran que en la cochera le esperaba el mismo Nuncio, no iba. ¡Qué había de ir!... Aun haciéndole bueno que con tal viajecito venía la gorda, lo pensaría antes de decidirse a subir la cuesta con aquel calor. ¡Vaya! Menos historias y a trabajar.
El jardinero y el cochero cogieron al joven el uno por los pies y el otro por los hombros, se le llevaron y le extendieron sobre unos almohadones, en la cochera, sin que recobrase el conocimiento. El cochero le lavó la cara para quitar la sangre que le desfiguraba y le puso bajo la nariz el vinagre que le servía para los caballos, pero nada de esto sirvió.
Apeáronse todos; las damas pidieron un cuarto para arreglarse un poco; los caballeros tiraron cada cual por su lado; Tom Sickles y el prusiano recogieron el mail-coach y los caballos en una cochera próxima, para conducirlos a Madrid en el correo del día siguiente: faltaba para la llegada del tren una hora larga.
La gran casa antigua, con sus elevadas torres cuadradas, su entrada estilo rey Jacobo, su puerta cochera, los hermosos bojs de fantásticas formas y el reloj de sol de su primoroso jardín anticuado, poseía un delicioso encanto de que pocas mansiones antiguas podían jactarse; y, además, en su perfecto estado de conservación, sin ninguna alteración ni en sus más pequeños detalles, se encerraba otro interesante rasgo de su atracción.
Casi adquirieron la certeza de que el pobre caballo no saldría de la enfermedad. ¿Qué iban a hacer ellas cuando se vieran confundidas entre las cursis que paseaban a pie por la Alameda? ¿Qué dirían las amigas al ver que transcurría el tiempo y la hermosa galerita, de que tan orgullosas estaban, permanecía arrinconada en la cochera?
En el pasillo aguardaba Enrique a su primo Miguel, el cual, así que le vio levantó los brazos y sonando las castañuelas dio tres o cuatro zapatetas en el aire para acercarse a él. ¿Quieres que bajemos a la cochera hasta la hora de comer? ¿Y si viene mamá? Miguel hizo un gesto de desprecio.
Cuando se encontraron solas, oyeron ruido de pisadas detrás de la puerta de la cochera, después órdenes dadas en voz breve y por último ese grito casi inarticulado que lanzan los marineros cuando tiran del cabrestante.
Palabra del Dia
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