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Actualizado: 16 de septiembre de 2024


Supo que su hermano el jardinero había muerto, y que la viuda refugiada con su hijo en un desván de las Claverías, lavaba ropa para los canónigos. Esteban, el Vara de palo, le acogió después de tan larga ausencia con la misma admiración que cuando estaba en el Seminario.

Cuando llegó Fernanda y con visible disgusto, le preguntó por su clavel, se vio en grave aprieto, perdiose en un laberinto de explicaciones. El chico de su jardinero, a quien fue a dar un beso, se lo había arrancado, luego en una maceta que había hallado en el gabinete de su madre había tomado otro.

Llamo a un jardinero, le encargo un ramillete, y... ¡listo! De noche me quedaba en casa, conversando con la enferma o charlando con Angelina. Ella y tía Pepa hacían sus flores, y yo hojeaba un libro o leía para . ¡Lea usted en voz alta! solía decirme la doncella. Lea usted algo bonito.... ¿La vida del santo del día? ¡No! contestaba en tonillo suplicatorio, haciéndome un mohín de niña mimada.

Efectivamente, al prohibir los duelos en distintas épocas, no se ha hecho más que lo que haría un jardinero que tirase la fruta queriendo acabarla; el árbol en pie todos los años volvería a darle nueva tarea.

Era su mejor amigo; además, era español, y tenía el deber de servirle en la circunstancia más importante de su vida. Lo necesitaba como padrino de boda. El profesor quedó estupefacto al enterarse de que se casaba con la hija del jardinero. ¡Una muchacha que podía ser su nieta!... Era desafiar al destino, correr á sus años en busca de la desgracia que ya presagiaba su nombre.

Y aún sufría más por mi empeño de que aquí no se conociese tu situación. ¡Un Luna, el hijo del señor Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que conversaban los canónigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando Eusebio el Azul y otros chismosillos de la casa me preguntaban si podrías ser el Luna de que hablaban los periódicos, yo decía que mi hermano estaba en América y que me escribías de tarde en tarde, por andar ocupado en grandes negocios. ¡Ya ves qué dolor!

He ido a Saint-Point, montada en una mula, y acompañada del jardinero, al objeto de arreglar y ordenar los libros, los naranjos y las macetas de flores que mi nuera Mariana me recomendó muy especialmente al partir para Italia.

Un viejo jardinero que andaba en vela y que tenía ojos de lince, vio con asombro que se abría el seno de la tierra y que surgía gente armada por la abertura. Al pronto acudió a dar aviso al capitán de una parte de la guarnición que se abrigaba en ancha sala de armas del piso bajo del alcázar. En seguida los muslimes se apercibieron a resistir y a acometer a los intrusos.

Al decir esto, me señalaba por las ventanas del salón las hermosas alamedas de nuestro parque, los viejos castaños en flor, las lilas y las madreselvas cuyo aroma embalsamaba el ambiente. En la antesala encontré al jardinero y su familia, todos tristes y silenciosos, y mirándome como si quisieran decirme: No se marche usted, señorito; no nos abandone.

Antes venía con frecuencia al castillo y más de una vez oyó las crueles injurias que mi madre me infería y nunca noté en su rostro la menor señal de compasión. Elena, Elena, eres injusta sin saberlo. Esa mujer daría su sangre por verte dichosa. Un día te explicarás este enigma... Ahora, cállate; ahí viene el jardinero y podría oírnos.

Palabra del Dia

jediael

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