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Adivinó todo el calor de alma que la altiva joven disimulaba por una especie de pudor bajo sus heladas apariencias, y su pasión, un momento en derrota, lo ganó de nuevo por entero. Marcela volvió al castillo y Beatriz se puso a la obra bajo la vista del maestro. Acababa de dibujar una especie de chalet, cubierto por una enredadera que servía de habitaciones al jardinero.

Era el coronel, que escuchaba con cierta autoridad, balanceando el cráneo para conceder su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba solo: le vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y una sarta de gruesas cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!... Indudablemente, la hija del jardinero.

Hablábase en un grupo el vascuence, en otro el francés, aquí el alemán y allá el inglés; y para colmo de mi sorpresa, el sombrío palacio de los Trasierra, sobre el punto más elevado de la población, y en otro tiempo cerrado y misterioso, como si dormitara entre los recuerdos de su época, había abierto anchas puertas á la moderna luz y engalanado sus fachadas; y no descansaba como antes sobre escombros y zarzales, sino sobre ameno y florido campo; cultivado por diestro jardinero.

En el centro había una plazoleta rodeada de cañas de la India y dentro una glorieta con enredadera de madreselva y pasionaria. En el fondo y en uno de los ángulos, adosada al alto muro que lo cercaba, estaba la casita del jardinero.

Y al contemplar aquella lozana vegetación, tan caprichosamente distribuída como no pudiera imaginárselo el más diestro jardinero, exclamó, hasta con fe en las palabras del poeta: «Oh driades de amor hermoso nido, dulces y graciosísimas doncellas, que á la tarde salís de lo escondido, con los cabellos rubios, que las bellas espaldas dejan de oro cobijadas....»

Pero, como ni el lobo nos atacó ni los bandidos se preocuparon para nada de nosotros, recobramos toda nuestra presencia de ánimo y andando a buen paso, al cabo de una hora llegamos a Glatigny. »Allí preguntamos dónde vivía el famoso jardinero y nos guiaron hasta su casa, que estaba situada a un extremo del pueblo.

La tal casa era muy agradable en otros tiempos, cuando yo tenía dinero; ¡pero ahora, con las escaseces de la guerra!... No hay carbón, la leña es cara; por las noches hace frío, y se necesita gastar una fortuna para que funcione el antiguo calorífero. Además, no tengo más servidumbre que mi antigua doncella, el jardinero y su mujer, que se ocupa de la cocina.

Menos a Pepe el jardinero y a César el portero... ¿Has hecho el equipaje? No; tengo tiempo esta tarde y mañana. ¿Y las visitas? Realmente, don Mariano, las únicas personas que trato con intimidad aquí son ustedes... Con otras tres o cuatro visitas he concluido.

El jardinero abrió y la puerta dió paso á Mauricio Aubry. Llevaba el brazo izquierdo en cabestrillo y su cara estaba todavía pálida. Esperando que vinieran á decirle si iba á ser recibido, se acercó maquinalmente al pabellón del portero. Tenía verdaderamente un aire distinguido y Herminia, que le miraba con sencillez, encontraba en verle un vivo placer.

A los gritos habían acudido también el jardinero y su mujer y un peón de los que trabajaban por allí cerca. Todos emprendieron juntos el camino de la casa satisfechos de que no hubiera acaecido nada malo. Pero Barragán tocó en el hombro a Reynoso y le dijo: Dispénsame un instante que vaya a recoger el caballo. ¡El caballo! exclamó su amigo en el colmo de la sorpresa . ¿Pero has venido a caballo?