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Sabía por Valeria que había ido repetidas veces á Villa-Rosa, sin conseguir que su dueña lo recibiese. Es más; la duquesa se estremecía de miedo ante esta visita. «No quiero verle; di siempre que no estoyDon Marcos había sufrido la misma suerte, teniendo que entregar su tarjeta, unas veces á la confidenta de la duquesa y otras al jardinero.

¡Otra vez sola, como antes de haber producido fruto alguno! ¡Los unos en tierra, como la de estos árboles, los otros han sido llevados, lejos de , por el jardinero del cielo! ¡Ah! ¡Qué pensamientos!

La hija del jardinero Neris tenía un desdén de gran señora por lo que ella llamaba la moral de la gentecilla, y a pesar de su aparente rigorismo, pedía solamente a su hijo que sus vicios fuesen de buen tono. Por otra parte estaba segura de su ascendiente sobre aquella naturaleza débil y maleable bajo una aparente independencia.

Aquí es donde he colocado siempre mis fondos, y a fe que no me ha ido mal. ¿Verdad, padre Altorf? El jardinero, delicada flor de la Normandía, hizo sonar el dinero en su mano y respondió al honorable preopinante: ¡Vamos, no diga usted tonterías! lo que se ha bebido ya no se vuelve a tener.

No hay necesidad de que nadie se moleste por nosotros que sabremos regresar lo mismo que hemos sabido venir. » Bien, bien, amiguitos: no hay más que hablar. ¡Feliz viaje! Sólo quiero que el doctor sepa que le envía esas flores el jardinero de Glatigny, cuya hija vive porque él le salvó la vida.

El ayuda de cámara iba vestido de negro completamente, con zapatillas de orillo; el jardinero parecía un aldeano endomingado; el cochero llevaba chaqueta de tricot y sombrero galoneado; el portero un tahalí de oro y zuecos. Aquí y acullá se distinguía a lo largo de las paredes, una fusta, una almohaza, un encerador, escobas, plumeros y algo más cuyo nombre ignoro.

Es muy hermoso, mi pobre mamá, correr de un lado a otro, ir a todas partes con completa libertad. Yo nunca había gozado de semejante dicha. ¡Pero si viviese!... »Comienzo ya a pasear valientemente por las alamedas. Hasta hace ocho días eran impracticables, porque el jardinero del conde Dandolo es un romántico puro, enamorado del hermoso desorden y de las gracias melenudas.

De repente, el buen hombre lanzó un grito, levantó los brazos al aire y dejando caer de golpe el rastrillo, dijo con voz alterada: ¡Ah Dios mío! ¡Acaban de atropellar á un hombre!... La señorita Guichard y el jardinero llegaron al mismo tiempo á la puerta del jardín.

Además, había muerto su madre, y las cartas de sus hermanos no le anunciaban otra variación en la vida soñolienta del claustro alto que el haberse casado el jardinero y andar en relaciones el Vara de palo con una muchacha de las Claverías, ya que era contrario a las buenas tradiciones aliarse con gente de fuera de la catedral. Vivió Luna más de un año en los acantonamientos de los emigrados.

»Una idea tan sólo nos preocupaba llevando cierta intranquilidad a nuestro ánimo: la de que hubiese vuelto el doctor y al preguntar por nosotros se hubiera descubierto la escapatoria... Nos habíamos entretenido unas dos horas en casa del jardinero; por lo tanto hacía más de tres que faltábamos de la nuestra.