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Actualizado: 25 de julio de 2025


Aquí es donde he colocado siempre mis fondos, y a fe que no me ha ido mal. ¿Verdad, padre Altorf? El jardinero, delicada flor de la Normandía, hizo sonar el dinero en su mano y respondió al honorable preopinante: ¡Vamos, no diga usted tonterías! lo que se ha bebido ya no se vuelve a tener.

Teneyro... ¡Qué par! Si querrá también hablar... Dígame usted otra cosa, ¿quién es ese señor <i>Preopinante</i> de quien todos hablan tan mal? El <i>Preopinante</i> es el que ha hablado antes. Dígame usted. Y cuando tengamos rey, ¿Su Majestad vendrá también a predicar aquí? No lo creo. ¿Y en qué consiste eso que dicen de que con Cortes hay libertad?

Todos convinieron con el preopinante, mientras buscaban posturas insufribles para llevarse a la boca las viandas en salsa tibia, o el pan con tábanos, o el fiambre con correderas. Pero había que hacerse a todo para saber de todo. Por último, o se estaba en el campo o no se estaba.

Declaró el preopinante que era la pura verdad todo cuanto yo había dicho; añadió en respuesta a una pregunta que alguien le hizo, que el hombre del chirlo en la cara había vivido en el lugar con el nombre, indudablemente supuesto, de Pedro González que constaba en su cédula personal, y que con ése se le había registrado, ya muerto, en el libro correspondiente; alegréme yo de ello, y de seguro se alegraría Facia, que lo oía, mucho más... y se acabó aquella conversación sin meternos en otra nueva, porque se había acabado también la comida, apremiaba el tiempo y tenían mucho que andar los comensales forasteros para volver a sus hogares los unos, y los otros para terminar su jornada.

Allí era de oír lo siguiente: «El señor que me ha precedido en el uso de la palabra...». Y el tal preopinante no llevaba chichonera porque hoy es moda que los niños de teta usen sombrero. Las controversias de los menudos filósofos y economistas tomaban siempre un tono de acaloramiento y personalismo, que agriaba los nobles caracteres.

Pero a veces, cuando el preopinante esfuerza demasiado la argumentación, las copas o las tazas suelen rodar por el suelo y quebrarse. Entonces es el preopinante quien se desconcierta y dirige con turbado semblante miradas tímidas hacia el mostrador. Adolfo Moreno gozaba incomparablemente en estas discusiones que le permitían lucir sus conocimientos en las ciencias naturales.

Palabra del Dia

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