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Pero uno de ellos, que sin duda tenía instintos de caballero, se quitó de la cabeza un andrajo que hacía el papel de gorra y les preguntó que a quién buscaban. «¿Eres del señor de Ido?». El rapaz respondió que no, y al punto destacose del grupo la niña de las zancas largas, de las greñas sueltas y de los zapatos de orillo, apartando a manotadas a todos los demás muchachos que se enracimaban ya en derredor de las señoras.

Como hubiese modo de casarlos, ya se vería él, andando el tiempo, con Cristeta hecha Frasquita: los ojos tiernos, la boca desdentada, los zapatitos coquetones convertidos en zapatillas de orillo, medias caseras de algodón azul, y en vez de ligas color de rosa, cinta balduque. ¡Si pudiera casarle! Hay que madurarlo.

El ayuda de cámara iba vestido de negro completamente, con zapatillas de orillo; el jardinero parecía un aldeano endomingado; el cochero llevaba chaqueta de tricot y sombrero galoneado; el portero un tahalí de oro y zuecos. Aquí y acullá se distinguía a lo largo de las paredes, una fusta, una almohaza, un encerador, escobas, plumeros y algo más cuyo nombre ignoro.

Su ambición, segada por el sufrimiento, rebrotaba ahora con savia más fuerte. Consideró que Dios no le había llamado porque le reservaba para algún servicio insigne en la tierra. Acababa de pasar por la primera prueba de las vidas predestinadas. Recordó la biografía de los héroes. El comienzo de la fortuna orilló casi siempre los despeñaderos.

En el primer peldaño de la escalera estaba sentada una mujer que vendía higos pasados en una sereta, y por poco no la planta el zapato de orillo en mitad de la cara. Y todo porque no se apartaba de un salto para dejar el paso libre... «¡Vaya dónde se va usted a poner, tía bruja!... Afuera o la reviento de una patada...».

Era un viejo alto y descarnado, hasta el punto de traslucirse todos sus huesos; traía una vieja sotana ceñida a la cintura por un orillo de que pendía un rosario, y escapábanse de su gran becoquín largos mechones blancos.

Vestía un diminuto pantalón de tosco paño con chaqueta de lo mismo, cuyas reducidas dimensiones permitían a la camisa formar en torno de su cintura un pomposo buche, como que los pantalones estaban mal sostenidos por un solo tirante de orillo. Haz una vieja, Manolillo decía Anís. Y el chiquillo hacía un gracioso mohín, cerrando a medias los ojos, frunciendo los labios y bajando la cabeza.

No es vanagloria, no es orgullo satánico; es la verdad. ¿Qué le voy a hacer yo? Soy un hombre infinitamente superior a todos los que viven de caridad en esta santa casa; a todos; no dejo afuera a ninguno. Superior por la familia; superior en posición económica; superior en inteligencia. Yo he recibido una educación académica. Yo uso zapatillas de piel de cabra; ellos, de orillo.

Al cabo se oyó en el corredor crujido de enaguas almidonadas: la señora jueza entró, sofocada y compuesta de fresco, según claramente se veía en todos los pormenores de su tocado; acababa de embutir su respetable humanidad en el corsé, y sin embargo no había logrado abrochar los últimos botones del corpiño de seda; el moño postizo, colocado a escape, se torcía inclinándose hacia la oreja izquierda; traía un pendiente desabrochado, y no habiéndole llegado el tiempo para calzarse, escondía con mil trabajos, entre los volantes pomposos de la falda de seda, las babuchas de orillo.

Vestía levitín raquítico, rapado y camaleónico, por sus tornasoles; bufanda de Palencia, enroscada al pescuezo; estrechos pantalones a cuadros, con sendas prominencias en las rótulas. Calzábase con zapatillas de orillo.