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No, no creo que usted me vea en tales agonías y no me favorezca. ¿Yo?... ¿Y de dónde lo voy a sacar? Del arca. No estás mal arca de Noé. ¡Tía! ¡Si debes más que el Gobierno; si te has metido en unos belenes...! Suponte , y es mucho suponer, que yo, echando por zancas y barrancas, arañando aquí y allá, reúna mil reales... Mil reales es muy poco.

Si a doña Guiomar no conociera, si no la amara, si de su tragedia involuntaria causa no fuera, si a Margarita no encontrara, corrido por distinto cauce hubieran las cosas, y en vez de llegar a ser Cervantes el Manco de Lepanto, casádose hubiera dichosamente con su doña Guiomar, y andando el tiempo no se hubiera visto en ocasión de ir, para asuntos que no eran suyos, a la Mancha ni a Argamasilla, ni conocido hubiera a Aldonza Lorenzo, ni a Alonso Quijano, ni a Sancho Zancas, y probablemente no tendríamos nuestro buen Don Quijote con que recrearnos y enorgullecernos, teniendo tal vez que contentarnos con Rinconete y Cortadillo y el Coloquio de los perros, y con las Ejemplares; ¡y quién sabe! que un leve acontecimiento, importante en la vida de un hombre, todo el curso de su vida cambia, echándole por otro cauce.

Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia.

En aquel mismo instante sacó Pepazos sus zancas de la nieve y rompió a hablar.

Había piernas blancas desnudas asomándose a las ventanas de un pantalón que a pedazos se caía; había zancas negras, esbeltas cinturas ceñidas por sucia cuerda o por tirajo informe; chaquetones que fueron de abuelos, y calzones que fueron mangas; blusas que aún se acordaban de haber sido chalecos; gorras peludas que fueron, ¡ay!, manguito de elegantes damas.

Después de oír, acerca de su salud, todas las vulgaridades hipocráticas con que el sano trastea al enfermo, como aquello de es nervioso... pasee usted... yo también estuve así, Feijoo abordó la cuestión, y por zancas y barrancas, soltando lo primero que se le ocurría, llegó a decir que él se había propuesto, por pura caridad, negociar la reconciliación.

Pero uno de ellos, que sin duda tenía instintos de caballero, se quitó de la cabeza un andrajo que hacía el papel de gorra y les preguntó que a quién buscaban. «¿Eres del señor de Ido?». El rapaz respondió que no, y al punto destacose del grupo la niña de las zancas largas, de las greñas sueltas y de los zapatos de orillo, apartando a manotadas a todos los demás muchachos que se enracimaban ya en derredor de las señoras.

Los gitanos, secos, bronceados, de zancas largas y arqueadas, zamarra con remiendos y gorra de pelo, bajo la cual brillaban sus ojos con resplandor de fiebre, hablaban sin cesar, echando su aliento á la cara del comprador como si quisieran hipnotizarle. Pero fíjese usted bien en la jaca. Repare en sus líneas... ¡si parece una señorita!

Y lo que Barbarita no dudaba en calificar de encanallamiento, empezó a manifestarse en el vestido. El Delfín se encajó una capa de esclavina corta con mucho ribete, mucha trencilla y pasamanería. Poníase por las noches el sombrerito pavero, que, a la verdad, le caía muy bien, y se peinaba con los mechones ahuecados sobre las sienes. Un día se presentó en la casa un sastre con facha de sacristán, que era de los que hacen ropa ajustada para toreros, chulos y matachines; pero doña Bárbara no le dejó sacar la cinta de medir, y poco faltó para que el pobre hombre fuera rodando por las escaleras. «¿Es posible dijo a su niño, sin disimular la ira , que se te antoje también ponerte esos pantalones ajustados con los cuales las piernas de los hombres parecen zancas de cigüeña?». Y una vez roto el fuego, rompió la señora en acusaciones contra su hijo por aquellas maneras nuevas de hablar y de vestir.

Además, él no era un asceta, y Berta Erckmann representaba una amistad tentadora en medio del mar. Al recordarla, veía imaginariamente un caballo de carreras grande, enjuto, rabio y de largas zancas. Era una alemana á la moderna, que no reconocía otro defecto á su país que la pesadez de sus mujeres, combatiendo en su persona este peligro nacional con toda clase de métodos alimenticios.