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Cristóbal de Virués , nacido á mediados del siglo, peleó en la batalla de Lepanto, que describió después como testigo presencial ; sirvió en las guerras de Milán y Flandes , y, según parece, continuó hasta su muerte, ocurrida en el año 1610, alcanzando la efectividad de capitán.

El saqueo... ¡Ay D. Francisco de mi alma!... Por la calle de Lepanto hemos visto bajar las turbas. ¡Pero qué fachas, qué rostros patibularios, qué barbas sin peinar, qué manos puercas!... Nada, que ahora nos degüellan. Pero la guardia de Palacio... los alabarderos... Si deben andar sublevados también... Todos son unos. ¡El Señor nos asista!

Aquí se embarcó en el año de 1571 para Mesina, punto de reunión de las escuadras congregadas para defender á la cruz contra la media luna. Sirvió de simple soldado en la compañía de Diego de Urbina; siguió á la flota aliada, mandada por D. Juan de Austria, á las aguas de Lepanto, y tomó parte activa en la batalla.

Manteniendo su rumbo a Levante la armada de la Liga, dejando atrás la Fosa de San Juan, llegó el 26 de Setiembre a Corfú, de donde zarpó el 28. Aguardaba en el golfo de Lepanto la escuadra del turco.

Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan sabio, tan astuto, que hacía bailar a su gusto a los reyes de Europa como si les tirase de un hilillo.... Todo para mayor gloria de España y esplendor de la religión. De victorias y grandezas no digamos. Si su padre venció en Pavía, él reventaba a los enemigos en San Quintín. ¿Y qué me dices de Lepanto?

Una de las criadas canturrió: ¡Los Gelves, madre, no son buenos de tomar! Pero el antiguo soldado agregó sin oírla: ¡Cuándo verase libre la cristiandad de estos aliados del Demonio! A las veces me digo: ¿quién otro, llegado el caso, logrará contenellos agora que falta don Juan, el de Lepanto?

Nombraba turcos, galeones y capitanes, todos los que había leído en unas coplas que andaban de esto; y como él no sabía nada de mar, porque no tenía de naval más del comer nabos, dijo, contando la batalla que había vencido el señor don Juan en Lepanto, que aquel Lepanto fue un moro muy bravo, como no sabía el pobrete que era nombre del mar. Pasábamos con él lindos ratos.

La famosa batalla de Lepanto no es otra cosa que el deslinde de dos caractéres confundidos; el deslinde entre el genio latino y el genio asiático, entre la Europa y el Oriente. Pero tengo que dar de mano á otras muchas consideraciones, que acaso no se adaptan á la índole de los cuadros que aquí me propongo bosquejar.

Hoy se entiende asimismo nombrar á los salvajes de carácter sanguinario del Norte de Luzón; pero el etnógrafo aleman Hans Meyer y luego el Dr. Schadenberg, dicen que únicamente deben llamarse así los infieles que pueblan Benguet y Lepanto.

Y así era en verdad, que loco estaba en aquellos momentos Cervantes, y apenas si había podido ordenar su relato para Diego de Urbina; y con calentura habíanle bajado al entrepuente, y tan en peligro, que los médicos de la galera habían tenido que acudir a él harto de priesa. En que se habla algo de la jornada de Lepanto y de cómo fue la manquedad de Cervantes.