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Mas léjos pasa un grupo de hermosas madrileñas, de majestuoso andar, fisonomías graves y cabezas de reinas, cubiertas todas con las opulentas mantillas nacionales; y ese grupo aristocrático hace contraste con otro de toreros andaluces que celebran los golpes de la última corrida, burlones, pendencieros, rumbosos, petulantes y simpáticos al mismo tiempo; llamando la atencion por sus fachas vigorosamente varoniles, sus negras y abundantes patillas y el conjunto curioso del sombrero calañés, redondo y recogido sin alas como un bonete de felpa ó paño, la chaqueta de paño cuajada de bordados y botones lucientes, la ancha faja roja ó azul en la cintura, el calzon corto, y el botin prolongado hasta la corva en polainas labradas, con borlas de menudas correitas.

Al desembocar el ya crecido ejército en la plaza de las Peñuelas, centro del barrio, agregose una chiquillería formidable. Eran los dos nietos de la Tía Gordita, los cuatro hijos de Ponce el buñolero, las del sacamuelas y otros muchos. Mayor variedad de aspecto y de fachas en la unidad de la inocencia picaresca no se ha visto jamás.

Y doña Manuela, viendo tales fachas, por una extraña relación de pensamientos, sujetó su bolso con las dos manos, como si alguien fuese a robarla. Después se tentó los bolsillos del gabán, y... ¡justo! ¡No eran falsas sus sospechas! Le habían robado el pañuelo.

De esta suerte, yendo y viniendo a lo largo de la calzada, o recostado ociosamente contra el parapeto, dejaba correr una o dos horas, sin más ocupación que la de ver llegar el abasto campesino en el deleitoso amanecer. Sus ojos se holgaban en observar la confusión de trajes versicolores, de fachas rudas y curtidas, de espuertas rebosantes, y el polvoroso tropel de borricos, de bueyes, de rebaños.

También Antoñita se acercaba alguna vez a su prima como vasalla que rindiera homenaje a su reina, preguntándole por su salud y burlándose con ella de esas fachas ridículas que suelen verse hasta en los salones más distinguidos ni más ni menos que si fuesen allí para ofrecer un tema de conversación a los que no tienen asuntos de que hablar.

«Malditos seáis... gritó la zancuda, cuando vio aquellas fachas horrorosas . ¡Pero cómo os habéis puesto así, sinvergüenzones, indecentes, puercos, marranos...!». En el nombre del Padre... exclamó Guillermina persignándose . ¿Pero has visto...?

Marcha delante, enséñanos el atajo hasta Cebre. ¿No lo sabe el señorito? tal, pero a veces me distraigo. Como ya dos veces había repicado la campanilla y los criados no llevaban trazas de abrir, las señoritas de la Lage, suponiendo que a horas tan tempranas no vendría nadie de cumplido, bajaron en persona y en grupo a abrir la puerta, sin peinar, con bata y chinelas, hechas unas fachas.

Describir la confusión y bulla que allí reinaba fuera imposible; pintar la variedad de sus fachas, la movilidad de sus gestos y la comezón de hablar y reír que les poseía, fuera prolijo.

Los dos estaban muy tristes; se comunicaban mirándose su tristeza, y callaban. Tal vez pensaban en planes para lo futuro; quizás ella estaba inquieta por la situación difícil en que uno y otro se encontraban. Entonces entró Pascuala y dijo: ¡Qué miedo! Desde el anochecer están paseándose por delante de la puerta unos hombres. Esta tarde vinieron también. ¡Qué fachas!

Sus gritos pusieron en alarma a la calle toda, como las campanadas de un incendio, y por ventanas y puertas aparecieron los vecinos. ¡Qué caras y qué fachas! El gritar de Maricadalso era por momentos lastimero y dolorido, a veces amenazador y delirante.