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Lo que es que ni ropa, ni casa, ni pagar un triste catre, que mismo has desfondicao... ni . Más lo siento yo que . Y quiso prodigarle en besos lo que no podía en pesetas; mas ella se desprendió de sus brazos, diciendo desabridamente: Estos marranos de hombres creen que tener querida es tener guitarra, que se deja tocar sin que la den de comer.

PELAYO. Digo que puedes llegar. SANCHO. Ya, Pelayo, viendo estoy A quien toda el alma doy, Que no tengo más que dar: Aquel castellano sol, Aquel piadoso Trajano, Aquel Alcides cristiano Y aquel César español. PELAYO. Yo, que no entiendo de historias, De Kyries, son de marranos, Estó mirando en sus manos Más que tien rayas, vitorias. Llega y a sus pies te humilla; Besa aquella huerte mano.

Nótese que las narices se hiciéron para llevar anteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernas notoriamente para las calcetas, y por eso se traen calcetas; las piedras para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tiene Su Señoría una hermosa quinta; el baron principal de la provincia ha de estar mas bien aposentado que otro ninguno: y como los marranos naciéron para que se los coman, todo el año comemos tocino.

Machiavelli alaba al Rey Católico, príncipe nuevo que, de rey débil, ha llegado á ser el primer rey de los cristianos, que sujetó y domó á los barones y magnates, que creó una milicia invencible, que arrojó de su reino á los marranos, ejemplo raro y admirable; y que asaltó el Africa, hizo la empresa de Italia y venció á Francia, urdiendo siempre cosas grandes para tener suspensos y admirados á sus súbditos, sin darles ocasión ni reposo para que se rebelasen.

Sucedió que un día entraron dos puercos del mejor garbo que vi en mi vida. Yo estaba jugando con los otros criados, y oílos gruñir, y dije al uno: -Vaya y vea quién gruñe en nuestra casa. Fue, y dijo que dos marranos. Yo que lo , me enojé tanto que salí allá diciendo que era mucha bellaquería y atrevimiento venir a gruñir a casa ajena.

En todas direcciones huían los despavoridos borrachos, chillando como si los cargase un regimiento de caballería a galope: algunos tropezaban y caían de bruces, y la tralla del Tuerto se les enroscaba alrededor de los lomos, arrancándoles alaridos de dolor. Fustigaba el hidalgo de Limioso con menos crueldad, pero con soberano desprecio, como se fustigaría a una piara de marranos.

«Malditos seáis... gritó la zancuda, cuando vio aquellas fachas horrorosas . ¡Pero cómo os habéis puesto así, sinvergüenzones, indecentes, puercos, marranos...!». En el nombre del Padre... exclamó Guillermina persignándose . ¿Pero has visto...?

Sucedió que un día entraron dos puercos, del mejor garbo que vi en mi vida; yo estaba jugando con los otros criados, y oílos gruñir, y dije a uno: "Vaya y vea quién gruñe en nuestra casa." Fué, y dijo que dos marranos.

Llegaron á la verja y tuvieron la suerte de encontrarse con una cuadrilla de penados que volvían del trabajo. El vigilante, muy ocupado en contar sus hombres, juraba como un carretero porque dos penados acababan de verter delante de la puerta un tonel de brea líquida que apestaba la atmósfera. ¡Ah! Los muy marranos... ¡Lo han hecho á propósito! aullaba el vigilante.