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Formando severo contraste está SATURNO, acurrucado y mirando desde léjos tan hermoso grupo. En gracioso desórden hállanse la hermosa VENUS, recostada en un lecho de rosas, coronada de oloroso mirto, y acariciando al AMOR; el divino APOLO, que pulsa blandamente su lira de oro y nacar y jugando con las ocho MUSAS , mientras que MARTE, BELONA, ALCIDES y MOMO cierran aquel círculo escogido.

Niego redondamente que este zapato pueda durar arriba de dos ó tres noches de tertulia ó de baile, y niego tambien que haya mujeres que consigan equilibrarse sobre ese balancin, sin ensayarse para este ejercicio, como se ensayan los alcides para equilibrarse sobre la maroma. Pero tal vez no tengo razon.

Luego, volviendo a los desiertos prados, Durmiendo con los álamos de Alcides Las yedras vi con lazos apretados, Y con los verdes pámpanos las vides. "¡Ay!, dije, ¿cómo estáis tan descuidados? Y , grosero, ¿cómo no divides, Villano labrador, estos amores, Cortando ramas y rompiendo flores?" Todo duerme seguro.

Con deseos de escupirle miró a Bermúdez, que le sonreía sin cesar, y dijo con calma forzada: ¡Hombre! ¡pues tiene gracia! ¿Ahí se está usted? ¿usted se piensa que yo hago juegos de Alcides y se me pone ahí en calidad de plomo?... Carcajada general. , ríanse ustedes clamó Obdulia pues el lance es gracioso.

Muy poco más duró nuestra conversación. Al despedirme, tendí la mano á aquéllos heroicos y honrados marineros, y dije al moribundo Alcides del Cabildo de Abajo: Hasta la vista, amigo. Y ¿por qué no, tiña! me respondió, dando á mis palabras mayor alcance del que yo les había dado. Mareantes sernos todos de la mar de acá, y en rumbo vamos del mesmo puerto.

Aresti, recordando los dos Alcides que con la porra en la mano, y al aire la soberbia musculatura dan guardia á los blasones de armas de la provincia, decía hablando de él: «Mi primo se ha escapado del escudo de Vizcaya». Era sobrio en palabras, como todos los hombres que tienen el pensamiento y la acción en continuo uso.

Mandaba el grueso de los arqueros nuestro amigo Simón y tras él, en primera línea, descollaba Tristán de Horla, un Alcides con capacete, cota de malla, arco, flechas y maza descomunal. Apenas desembocó la columna en la calle del pueblo comenzó un fuego graneado de chanzas, y menudearon las despedidas y los abrazos.

PELAYO. Digo que puedes llegar. SANCHO. Ya, Pelayo, viendo estoy A quien toda el alma doy, Que no tengo más que dar: Aquel castellano sol, Aquel piadoso Trajano, Aquel Alcides cristiano Y aquel César español. PELAYO. Yo, que no entiendo de historias, De Kyries, son de marranos, Estó mirando en sus manos Más que tien rayas, vitorias. Llega y a sus pies te humilla; Besa aquella huerte mano.

Y , hijo y sucesor de Benavides, llegado en pleno siglo iconoclasta, que participas como el viejo Alcides de la verdad de tu divina casta: Sigue esparciendo con la ungida diestra las luminosas gracias de tus cruces, y en el único ideal que el pueblo abraza por obra y gracia de la ciencia vuestra, se hará, al amor de redentoras luces, la transfiguración de nuestra raza.

Sin duda que esto es muy bonito, pero no veo yo cómo ha de ser el medio para encumbrarse a la contemplación, primero de la belleza universal, donde se encierran y cifran todas las bellezas individuales, y después a la eterna y perenne fuente de la belleza creada e increada, en cuyas llamas arda nuestro espíritu como ardió Alcides en la cumbre del monte Oeta, y por cuyo fuego seamos arrebatados al empíreo como Enoch y Elías.