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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Algunos creían que esta isla fantasma era el lugar del Paraíso terrenal donde viven en bienaventuranza eterna Elías y Enoch... La santa poesía se aprovecha siempre de las ficciones populares, y por esto el Tasso, al encantar al caballero Rinaldo en los mágicos jardines de Armida, los coloca en una isla de las Canarias, recordando sin duda la tradición de la de San Borombón.
En la costa de Venezuela, al notar en el Océano la gran extensión de agua dulce de la desembocadura del Orinoco, declaraba este río «uno de los cuatro que bañan el Paraíso terrenal». Y para dar emplazamiento al Paraíso, que, según sus autores favoritos, está situado en la cumbre de una gran montaña, escribía a los Reyes Católicos afirmando que «el mundo no es redondo en la forma que dicen los antiguos, sino en la forma de una pera, que es toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que es lo más alto; o como quien tiene una pelota muy redonda y encima de ella coloca una teta de mujer, y esta parte del pezón es la más alta y más propincua al cielo». El pezón del mundo estaba en la costa de Paria, cerca del Orinoco, y en esta altura inaccesible vivían Elías y Enoch esperando el Juicio final.
Anhelaba, por lo tanto, hablar una vez por todas desde lo alto de su púlpito, y decir en alta voz, ante todo el mundo, lo que él en realidad era: "Yo, á quien veis vestido con este negro traje del sacerdocio; yo, que asciendo al sagrado púlpito y levanto hacia el cielo el rostro pálido tratando de ponerme en relación, en nombre vuestro, con el Todopoderoso; yo, en cuya vida diaria creéis discernir la santidad de Enoch; yo, cuyas pisadas, como suponéis, dejan una huella luminosa en mi sendero terrenal, que servirá á los peregrinos que vengan después de mí para guiarlos á la región de los bienaventurados; yo, que he puesto el agua del bautismo sobre la cabeza de vuestros hijos; yo, que he repetido las últimas preces por las almas de los que han partido para siempre; yo, vuestro pastor, á quien tanto reverenciáis y en quien tanto confiáis, yo no soy más que una mentira y una profanación."
Así, por ejemplo, parece que atraía por medio de pinchos de metal los rayos y las centellas; que entendía la lengua de los pájaros; que conocía la fuerza oculta de la palabra humana y obraba por ella mil prodigios; que los genios le obedecían; y que era sabedor de todas las doctrinas mágicas de Enoch y de las que Abraham había aprendido en su patria, Ur de los caldeos, y de las que estudió Moises en los colegios sacerdotales de las orillas del Nilo.
Sin duda que esto es muy bonito, pero no veo yo cómo ha de ser el medio para encumbrarse a la contemplación, primero de la belleza universal, donde se encierran y cifran todas las bellezas individuales, y después a la eterna y perenne fuente de la belleza creada e increada, en cuyas llamas arda nuestro espíritu como ardió Alcides en la cumbre del monte Oeta, y por cuyo fuego seamos arrebatados al empíreo como Enoch y Elías.
Palabra del Dia
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