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Actualizado: 4 de julio de 2025
Pero todo fué en vano; el hilo estaba ya roto, y ya me fué imposible remontar mi mente hasta los palacios de Armida, de donde bajé en un salto; y así, el artículo principiado con las mágicas razones de Híala y Nadir, fuerza fué acabarlo con la parla rastrera de mi académico Bartolo. Si no existiera la mujer hermosa fuera un bridón el ídolo del moro.
El resto de la mañana lo pasaba en un «boudoir» en que el mobiliario era de porcelana fina de Dresde, y la profusión de flores hacían de él un verdadero jardín de Armida; allí, reclinado sobre cojines de seda color perla, saboreaba el «Diario de las Noticias», mientras lindas mujeres, vestidas a la japonesa, refrescaban el aire, agitando abanicos de plumas.
Algunos creían que esta isla fantasma era el lugar del Paraíso terrenal donde viven en bienaventuranza eterna Elías y Enoch... La santa poesía se aprovecha siempre de las ficciones populares, y por esto el Tasso, al encantar al caballero Rinaldo en los mágicos jardines de Armida, los coloca en una isla de las Canarias, recordando sin duda la tradición de la de San Borombón.
No puedes figurarte cuánto me complací yo refiriendo y cuánto se deleitó D. Pepito oyéndome referir, a vista de las Canarias, todo lo que aconteció a Rinaldo en los jardines de Armida y el regalo, la elegancia y el cariño con que en ellos le recibió y le agasajó aquella voluptuosa maga. Con tales pláticas no es de maravillar que cada día fuese yo cobrando más afición a D. Pepito.
Nos fingimos por acá, y por muchas otras tierras, un París encantado, donde, si va uno con dinero, se pasea en los jardines de Armida, desembarca en la isla de los amores de Camoens, y penetra en el propio paraíso de Mahoma. Si el mal se detuviese en esto, yo me callaría; pero el mal no se detiene.
Circe, la de Homero, antes de llegar á manos de nuestro dramaturgo, había hecho ya diversas correrías por las obras de los poetas románticos, bastándonos sólo recordar La Morgana, de Lancelote y de Boyardo; La Alcina, del Ariosto, y La Armida, del Tasso.
En sus amorosos coloquios con D. Jaime, doña Luz desenvolvía todo su plan. Quería para él gloria, poder, influjo en la corte, y esto entreverado de una serie de idilios en Villafría, donde ella había de aguardarle, como Armida benéfica, cada vez que viniese él a reposar en sus brazos, cubierto de frescos laureles.
Palabra del Dia
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