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Actualizado: 25 de junio de 2025
No importa, chico; quizás haya un descarrilamiento o un choque durante el viaje y tengas oportunidad de dejar plantado al duque de Estrelsau. Pero ni la señora de Maubán ni yo tuvimos el menor desastre, y bien puedo afirmarlo de ella con tanta seguridad como de mí, porque tras una noche de descanso en Dresde, al continuar mi jornada, la vi subir a un coche del mismo tren que yo había tomado.
Es decir, que los españoles dejamos de pelearnos precisamente cuando empezaba a pelearse todo el resto de la Humanidad... Por aquel entonces llegué yo a Madrid, y una noche, en un restaurant, me quedé asombrado al ver que los hombres no se arrojaban unos a otros objetos de vidrio ni de porcelana. ¡Y eso que, indudablemente, todos estaban allí de buen humor y todo el mundo tenía ganas de divertirse!... Había en el restaurant unas cuantas francesas que, tratadas algo a fondo, resultaban ser de Zurich o de Rotterdam; había otras mujeres que se declaraban vienesas, pero sin darle a esta declaración un carácter irrevocable, porque si uno insistía, decían que habían salido muy chicas de Viena, y que, «en realidad», eran de Dresde o de Leipzig.
El resto de la mañana lo pasaba en un «boudoir» en que el mobiliario era de porcelana fina de Dresde, y la profusión de flores hacían de él un verdadero jardín de Armida; allí, reclinado sobre cojines de seda color perla, saboreaba el «Diario de las Noticias», mientras lindas mujeres, vestidas a la japonesa, refrescaban el aire, agitando abanicos de plumas.
Al siguiente día Jorge Federly me acompañó a la estación, donde tomé un billete para Dresde. ¿Vas a contemplar las pinturas? preguntó Jorge guiñándome el ojo. Jorge es un murmurador incorregible, y si hubiese sabido que yo iba a Ruritania, la noticia hubiera llegado a Londres en tres días.
Respecto á la preferencia que atribuye á las comedias analizadas, sólo conviene en cuatro conmigo. Malsburg, prólogo á la traducción de las Comedias de Calderón: Leipzig, 1819 y siguientes, y á Stern, Scepter und Blume de Lope: Dresde, 1824; Heiberg, De poeseos dramaticae genere hispanico, praesertim de Calderone dissertatio inauguralis: Hafniae, 1827.
El cuadro esta hoy en la galería real de Dresde y es seguramente de Velázquez: lo dicen su factura y el parecido de la imagen con el retrato de Mateos que figura en aquella obra grabado por P. Perete.
El Museo de pinturas de Sevilla es por sí solo un tesoro inmenso, aún á los ojos del que ha conocido los de Madrid, Paris, Dresde, Ambéres y otras ciudades europeas. Sinembargo, no todo el Museo merece tal reputacion.
«La señora de Maubán siguió leyendo Sarto, a quien se vigila por orden superior, tomó el tren de mediodía. Pidió billete para Dresde...» Antigua costumbre suya comenté. «Pero el tren de Dresde pasa por Zenda.» ¡Si será listo el autor del parte éste! Y por último, oiga usted lo que dice aquí: «El estado de la opinión en la ciudad no es satisfactorio.
Porque Federico lleva consigo a Dresde todos los años una cajita; en ella una rosa y, rodeando el tallo, una esquela diminuta que sólo contiene estas palabras: «Rodolfo Flavia siempre.» Yo le envío con Federico idéntico mensaje. Estos y los anillos que ella y yo llevamos, constituyen todo lo que hoy me une a la reina de Ruritania.
Por eso sigo ejercitándome en el manejo de las armas y no quiero pensar siquiera en que algún día he de perder el vigor de la juventud. Una vez al año interrumpo la monotonía de mi sosegada vida. Entonces voy a Dresde, donde me espera mi amigo y compañero querido, Federico de Tarlein. El año pasado lo acompañaban su bonita mujer, Elga, y un precioso y robusto niño.
Palabra del Dia
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