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Dos o tres veces escribí una palabra por otra; eché a perder una hoja de papel sellado, y estaba yo a punto de decir: «¡No sigo escribiendo! ¡Estoy enfermo!...» cuando dio la una. Corrí a la casa. El P. Herrera conversaba en la sala con mis tías, y Angelina arreglaba la mesa en el comedor. No me sintió al llegar; me tenía a su lado y no me había visto.

El joven pensaba que los frailes habían tenido miedo a las exaltaciones del señor Vicente, comprendiendo que su santa locura un tanto andariega no podía permanecer en un convento. Pero vivo lo mismo continuó que si perteneciese a una orden. Tengo mi regla. Un señor sacerdote me escribió en un papel lo que debo hacer a todas horas, y sigo sus indicaciones, bajo pena de desagradar al Señor.

Dar yo ti... vida... Perdoñar ... Yorar yo meses mochas, si no perdoñando ... Estar loco... yo quierer ti... Si no quierer , Almudena matar si él sigo. Bueno va. Pero has tomado algún maleficio. ¡Vaya, que salir ahora con ese cuento de enamorarte de ! ¿Pero no sabes que soy una vieja, y que si me vieras te caerías para atrás del miedo que te daba?

Lo sigo con mirada afectuosa y llena de respeto, porque en ese cráneo se anida una de las fuerzas poéticas más vigorosas que han brotado en el suelo americano... Es Diego Fallon , el inimitable cantor de la luna vaga y misteriosa, de quien más adelante hablaré.

Y declaro como fiel y obediente vasallo de Su Majestad Imperial el señor Carlos V, por quien derramaré desinteresadamente hasta la primera gota de mi sangre, que no sigo en el partido si Su Majestad no lo firma. Mal pudiera oponerse la Junta a tanta generosidad.

Pues señor, atando ahora el cabo de esta narración, sigo diciendo que aquel día comió la señora con buen apetito, y mientras tomaba los alimentos adquiridos con el duro del ciego Almudena, digería fácilmente los piadosos engaños que su criada y compañera le iba metiendo en el cuerpo.

Salgo a la calle un poco disgustado, como cualquier otro orador en el mismo caso, y sigo mi camino, no sin volver repetidas veces la cabeza hacia el balcón. A los treinta o cuarenta pasos observo que está la niña asomada, y me paro y la envío una sonrisa y un saludo ceremonioso. Esta vez contesta, aunque ligeramente, pero se apresura a retirarse. ¡Cuidado que era linda aquella niña!

Comenzaba ya a caer la noche. »Muy bien, no hay ningún peligro, pienso, y entro en la casa. »En el momento en que abro la puerta de la sala, distingo en el crepúsculo una sombra que se desliza precipitadamente hacia afuera. »¿Quién puede ser? me digo. »Y la sigo. »En el cuarto del niño, ¿a quién encuentro?

Y no hablemos más de esto, y con mis desventuras sigo.

¡, madre del alma! ¿No nos dejó tu pobre padre muertos de hambre y con el agua al cuello, todo embargado, todo perdido? , señora, ... y eternamente yo.... Déjate de eternidades... yo no quiero palabras, quiero que sigas creyéndome a ; yo lo que hago. predicas, alucinas al mundo con tus buenas palabras y buenas formas... yo sigo mi juego.