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Cuando bajó del palco un poco aturdido y se sentó de nuevo al lado de Aurelia, le dijo ésta: ¡Qué hermosa es esa señora!... Pero yo sigo creyendo que no se parece a mamá. Raimundo, que no se acordaba en aquel momento de tal parecido, sintió un leve estremecimiento y balbució: Pues yo le encuentro un cierto aire.... Ahora ya no era más que aire. El joven comenzaba a sentir remordimientos.

París es un buque en peligro, y sus pasajeros olvidan las preocupaciones y rencillas de los días de calma, para buscarse fraternalmente. Sigo su conversación fingiéndome distraído. La madre es pesimista. ¡Maldita guerra! Parece que las cosas marchan mal. Le van á matar al hijo; casi está segura de ello; y sus ojos se humedecen con una desesperación prematura.

Entonces ya la niña, comprendiendo, y descolorida y turbada, le asió de la manga de la americana, exclamando: ¿Pero qué... cómo? ¿Qué quiere decir eso del tren? Lo natural, señora pronunció con su ademán cansado el viajero . Que sigo mi ruta; que voy a París. ¡Y me deja usted así... sola! ¡Sola aquí, en Francia! gimió Lucía con el mayor desconsuelo del mundo.

Como si hubiese transcurrido un año... Sigo pensando como antes: amo la paz, odio la guerra; y como yo, todos los camaradas. Pero los franceses no hemos provocado á nadie y nos amenazan, quieren esclavizarnos... Seamos fieras, ya que nos obligan á serlo; y para defendernos bien, que nadie salga de la fila, que todos obedezcan. La disciplina no está reñida con la revolución.

Al consignar estos apuntes, he hecho caso omiso de mis conveniencias personales; pues estoy si fuera necesario para acreditar mi convencimiento y mi ; dispuesto á todo género de sacrificios, además creo corresponder mejor al buen trato que he recibido y sigo recibiendo de las autoridades americanas, manifest

¡ profana usted! ¡Pero mujer, pero Carolina! ¡Oh! déjela usted, señor Infanzón; yo respeto todas las opiniones. Y temiendo que la lugareña llevase la mejor parte en lo de profanar o no profanar, se apresuró a añadir: Por lo demás, ya usted comprenderá, amigo mío, que yo sigo los cánones de la belleza clásica condenando enérgicamente el gusto barroco.... Esto es plateresco....

Tenía el rostro enrojecido, los ojos trémulos y chorreantes. De un rizo de su cabellera pendía una lágrima. Adivinó que debía estar horrible; pero ¿qué le importaba?... , le amo; es lo que más amo en el mundo... Por él sigo viviendo. Sin él me mataría... Pero no es lo que te imaginas... no lo es.

Es, pues, evidente que para quitarte de encima el pecado contra el séptimo ibas á pecar contra el cuarto, deshonrando á tu madre y á tu padre, que padre sería siempre el que te tuvo por hijo, te crió, te alimentó y te educó, aunque no te engendrara. Tiene V. razón, P. Jacinto. Y, sin embargo, los bienes que no son míos, ¿cómo sigo gozando de ellos? ¿Y quién te dice que goces de ellos?

Aun en las grandes ciudades sigo el mismo órden: el azar y la casualidad son mis guias, sigo las calles que mejor me parecen, buscando las sorpresas agradables y pidiendo solo á la casualidad la ocasion de los monumentos.

Oye, Catalina, yo necesito dominar, dominarlo todo, porque desprecio todo lo que me rodea, todo menos á ti, que eres mi mujer como yo tu hombre... ¿entiendes?... hay en mi algo rebelde, algo de Satanás... yo marcho, marcho y sigo marchando sin detenerme, la vista fija en un punto, la cabeza firme en un propósito... ¿por qué te me pones delante de ese propósito? ¿por qué me has obligado á huir, á ofenderte?