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Después que Hartzenbusch, en su excelente edición de comedias escogidas de Tirso de Molina, ha probado que El infanzón de Illescas, nuevamente publicado, atribuído á Lope, es, en su opinión, de Tirso, la fama de Moreto decae sobremanera, habiéndose creído antes que El valiente justiciero era su mejor obra dramática; y, en efecto, en su plan, distribución de escenas y caracteres, es sólo una débil copia de la primera, y en sus rasgos aislados muy inferior al original.

Joaquinito, fingiendo mal buen humor, preguntó: Pero ¿cómo sabes todo eso? Es muy sencillo. La señora de Infanzón... ya sabe este quién es. dijo Mesía la de Palomares....

Haced lo que os plazca le dijo; pero cuidad que vuestra inadvertida juventud no os enderece por donde tal vez no queréis caminar. Don Diego será, como decís, harto infanzón, aun que de cepa gabacha y no española, sea dicho de paso; pero lo cierto es que ha sido agora traidor y aleve con su Rey.

NOTAS: Que este suceso no es invención del poeta, sino fundado en una tradición antigua, se demuestra en la vida de San Millán, del arcipreste de Hita, publicada por Sánchez. Sobre el mismo asunto versa Las famosas asturianas, de Lope. Esta comedia del Infanzón es muy rara, y hasta ahora han sido inútiles todos mis esfuerzos para poseerla.

Esa, fue a la catedral con Obdulia, las acompañó el arqueólogo, y en la capilla de las reliquias, en los sótanos, en la bóveda, en todas partes creo que se daban unos... apretones.... La Infanzón se lo contó a mamá que se moría de risa; la lugareña estaba furiosa.... Hoy mi madre, para divertirse ya sabes lo que a la pobre le gustan estas cosas quería ver a Obdulia y a don Saturno juntos, en casa, a ver qué cara ponían, aludiendo mamá a lo de ayer.

Se creía el señor Infanzón en el caso de comprender el entusiasmo artístico del sabio mejor que las señoras, quien por su natural ignorancia tenían alguna disculpa si no se pasmaban ante un cuadro que no se veía. Buscó alguna frase oportuna y por de pronto halló esto: ¡Oh! ¡mucho! ¡evidentemente! ¡conforme!

Si se pudiera ver interrumpió la esposa del señor Infanzón. Este fulminó terrible mirada de reprensión conyugal y rectificó diciendo: Luciría más... si no estuviera un poquito ahumado.... Tal vez la cera... el incienso.... No señor; ¡qué ahumado! respondió el sabio, sonriendo de oreja a oreja . Eso que usted cree obra del humo es la pátina; precisamente el encanto de los cuadros antiguos.

El señor Infanzón dio un pellizco a su mujer; se puso muy colorado y en voz baja la reprendió de esta suerte: Siempre has de avergonzarme. ¿No ves que eso no tiene... pátina? Salieron de la sacristía. Por aquí dijo Bermúdez señalando a la derecha; y atravesaron el crucero no sin escándalo de algunas beatas que interrumpieron sus oraciones para descoser y recortar la coraza de fuego de Obdulia.

Si estuviéramos en un barco, no sería tan inoportuno pensaba ¡pero en una catedral! El Infanzón estaba en rigor como en alta mar, y cada vez que oía decir la nave del Norte, la nave del Sur, la nave principal, se creía al frente de una escuadra y se figuraba que don Saturno apestaba a brea. Pero el pobre lugareño seguía diciendo que a todo.

No señor, no hace falta. Yo las inscripciones de memoria... y además, no se pueden leer. ¿Están en latín? se atrevió a decir la Infanzón. No señora, están borradas. No se hizo la luz. El arqueólogo habló cerca de un cuarto de hora.