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A unos 35 kilómetros de Cádiz se alcanza á ver en masa la considerable ciudad de «Jerez-de-la-frontera», tan famosa por sus vinos y sus opulentas y grandes bodegas ó sótanos, y con una población de mas de 51,000 habitantes.

Al derredor, sobre los muelles, se destacan las alas de inmensos almacenes, provistos de sótanos ó subterráneos para los vinos y otros muchos artículos, y es allí donde se depositan todos los valores que el comercio de Lóndres hace girar por medio del Támesis. ¡Y qué movimiento el que reina en aquel escenario de la industria!

Para sus juegos no necesita de teatro, tablas, accesorios, ni auxiliar alguno, sino sólo de lo que aquí se ve. Reconozcan, señores, y examinen el terreno por mismos. Como es natural, fuimos a examinar aquello. Era el piso bajo usual, o sea el de los sótanos en los almacenes de San Francisco, asfaltado, para evitar la humedad.

El interior es de una esplendidez que arrebata, á pesar de su estado ruinoso. Los estupendos sótanos, de aquel palacio-fortaleza podian contener millares de soldados, de prisioneros y caballos, los víveres, y municiones y armas en grande escala; en fin, toda una fuerte guarnicion ó pequeño ejército, capaz de resistir por largo tiempo el asedio.

Al cabo el viajero llega delante de la colosal ruina del Castillo, enjambre de muros admirables, casi todos sin techumbre, de torres de diversas formas y estilos, de arcos, columnas, restos de estatuas y esculturas primorosas, curiosidades artísticas é históricas, patios diferentes, puentes destrozados, sótanos profundos, balcones y terrazas y laberintos de construcciones de todo género, abrumados por la exuberante vegetacion de árboles gigantescos, coronados de flotantes pabellones de yedra que parecen como la verde mortaja echada por la naturaleza sobre las maravillas del arte para impedir que el tiempo las devore y pulverice.... Donde quiera se ven asomar por entre el follaje de los árboles cien cabezas de mármol, esculturas ó construcciones atrevidas, y admirables relieves y frescos bajo las manchas de la hiedra invasora, como si quisiesen protestar contra el olvido, en nombre de los artistas que grabaron el sello de su inspiracion en cada baldosa, cada estatua, cada piedra y cada monumento de ese enjambre de monumentos que se llama el Castillo.

Largas y desiertas galerías, salas sin muebles, pasadizos misteriosos y estrechas y torcidas escaleras que bajaban a los profundos sótanos o subían hasta lo más alto de las torres, prestaban al conjunto del edificio muy medroso aspecto y a la imaginación fértil y extenso espacio donde crear fantasmas y sobrenaturales prodigios.

Muchos reyes mejoraron sucesivamente el famoso fuerte, hasta que Cárlos V resolvió demolerlo en casi todas sus construcciones superiores, conservando solo una fachada gótica, los sótanos y los formidables cimientos.

No será usted obscurantista, pero tiene la moliera a obscuras para todo lo que no sea picardía. ¿Qué tiene que ver que al señor Barinaga, al bueno de don Santos, se le haya metido en la cabeza que su comercio de quincalla y cera va a menos por una competencia imaginaria que, según él, le hace el Provisor? ¿Qué tiene que ver eso, alma de cántaro, con que el bazar, como lo llama, de La Cruz Roja, tenga sótanos y el Magistral sea comerciante aunque lo prohíban los cánones y el Código de comercio?

Pero la fatalidad parecia pesar sobre aquella maravilla humana: un rayo incendió una de las torres, en 1764; todo el edificio fué al punto devorado por las llamas, en sus partes superiores, y desde entónces no han quedado sino ruinas majestuosas, con los sótanos intactos, las torres y terrazas y casi todos los muros en pié.

Allá abajo, en la trastienda de La Cruz Roja, a la que no se pasaba, desde la casa del Magistral por sótanos, como suponía la maledicencia, sino por ancha puerta abierta en la medianería en el piso terreno, doña Paula, subida a una plataforma, ante un pupitre verde, repasaba los libros del comercio y en serones de esparto y bolsas grasientas contaba y recontaba el oro, la plata y el cobre o el bronce que Froilán iba entregándole, en pie, en una grada de la plataforma, más baja que la mesa en que el ama repasaba los libros.