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Vamos, Juanita, no seas mala ni digas disparates. No es tan fiero el león como lo pintan. Y si gustases un poquito de , y mi conversación te divirtiese en vez de fastidiarte, no tendrías tanto miedo de la maledicencia, ni de los furores de mi hija, ni de los exorcismos del cura. ¿Y de dónde saca usted que yo no guste de tener con usted un rato de palique?

Fuesen como fuesen sus relaciones con el rapaz misterioso, doña Mencía comprendió que daban harto pábulo a la maledicencia.

Figurábanse que su estrecha y amorosa intimidad escapaba a la atención y a la maledicencia de las gentes del pueblo; pero no sabían que los amores mejor escondidos exhalan un sutilísimo perfume, que los descubre siempre. El secreto de su amor se evaporó insensiblemente por las calles de Val-Clavin y las lenguas de las comadres hicieron lo demás. Unicamente Princetot continuó ignorándolo todo.

Pero acabemos este artículo, demasiado largo para nuestro propósito: no vuelven a mirar atrás porque habría de poner un término a su maledicencia, y llamar prodigiosa la casi repentina mudanza que en este país se ha verificado en tan breve espacio. Concluyamos, sin embargo, de explicar nuestra idea claramente, mas que a los don Periquitos que nos rodean pese y avergüence.

A poco abríase en su vida un paréntesis negro, tenebroso, ante el cual la maledicencia misma se detuvo aterrada, temerosa de resbalar en un charco de sangre... Un día, el 27 de diciembre, un trabucazo tendió en la calle del Turco a la audacia más temeraria que dio impulso a la Revolución.

De aquí han nacido los proverbios «quien mal no hace, mal no piensa;» y «piensa el ladron que todos son de su condicionEsta inclinacion es uno de los mayores obstáculos para encontrar la verdad en todo lo concerniente á la conducta de los hombres; ella expone con frecuencia al virtuoso á ser presa de los amaños del malvado; y dirige á menudo contra probada honradez, y quizas acendrada virtud, los tiros de la maledicencia.

Triste es tener que confesar que la corrupción había de ser grande; pero algo ha de atribuirse también á la mordaz maledicencia de que se hacía gala, y á cierto odio contra Castilla, que siempre ha solido brotar con lastimosa lozanía en las almas de algunos habitantes de las diversas regiones de esta Península.

Quería casarse o morir; casarse para demostrar la pureza de su honor. Pero los pretendientes aceptables no parecían. La de Valcárcel seguía enamorada, con la imaginación, de su escribiente de los quince años; pero no procuró averiguar su paradero, ni aunque hubiese venido le hubiera entregado su mano, porque esto sería dar la razón a la maledicencia. Quería antes otro marido.

Durante, pues, todo el verano y hasta el principio del mes de octubre, momento en que ocurrieron casos importantes, que pronto hemos de referir, pudo muy bien doña Beatriz, nada experimentada ni escarmentada aún de la maledicencia de los madrileños, vivir tranquila y persuadida de que nadie la acusaba de ser la enamorada del Conde, y de que don Braulio no estaba en ridículo de resultas de haber sido tan bueno y tan complaciente con ella.

Pero en fin, esos amores heroicos no carecen de ejemplos en el mundo, aunque el mundo no crea en ellos. El mundo no gusta de estos méritos que traspasan los límites comunes, que son los suyos. A más, los amores inocentes, son los que menos se ocultan; desdeñando la hipocresía, dan margen más fácilmente a la maledicencia.