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8 Mas ahora, dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, palabras deshonestas de vuestra boca. 9 No mintáis los unos a los otros, despojándoos del viejo hombre con sus hechos, 15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, en la cual asimismo sois llamados en un cuerpo; y sed agradecidos.

A fin de que mi limpia fama esté al abrigo de la maledicencia, me he encerrado en este lugar, me he apartado casi de todo trato humano, he huido de la juventud, mientras he sido joven; siéndolo todavía, como lo soy, no he admitido en mi intimidad sino a viejos de sesenta años como tu padre, el cura y don Acisclo, y nada de esto me ha valido.

La maledicencia de la gran aldea es como la calumnia del Barbero de Sevilla: del venticello pasa al huracán y ¡ay de aquel que se encuentre envuelto en la ráfaga!

La joven se apercibió pronto que se cuchicheaba sonriendo cuando ellos pasaban; pero, enervada por el placer y mecida por el ritmo de los valses, oía complacida los ruegos que renovaba Huberto, sin fijarse que mostrándose siempre juntos durante toda la noche, daban lugar a la maledicencia. En aquel momento, no se explicaba su indecisión en acceder a las súplicas de Huberto.

De repente, recobró su cortesana sonrisa, su continente señoril y aparatoso: entraba la duquesa de Bara, otra de las citadas, antigua amiga suya, aunque no de tan añeja fecha, de quien la maledicencia se había ocupado muchos años atrás y se solía ocupar aún de cuando en cuando.

La pobreza desesperanzada imprime carácter, y en su seno se crían la soberbia hipócrita, la modestia burlona, la astucia dolosa, que tienen flexibilidades de víbora; la ruindad intrigante, la maledicencia ponzoñosa, y la envidia exangüe que todo lo codicia y que todo lo afea.

9 ¿Qué pues? ¿Somos mejores que ellos? En ninguna manera, porque ya hemos comprobado a judíos y a griegos, que todos están bajo pecado. 10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; 12 todos se apartaron, a una fueron hechos inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno; 14 cuya boca está llena de maledicencia y de amargura;

El entusiasmo por la gloria de la casa les unía con tal familiaridad, que los enemigos murmuraban, creyendo que doña Bernarda, despechada por las infidelidades del cónyuge, se entregaba al lugarteniente. Y don Andrés que sonreía con desprecio cuando le acusaban de aprovechar la influencia del jefe en pequeños negocios, indignábase si la maledicencia se cebaba en su amistad con la señora.

Quiero conceder que no se el contagio cuando no hay predisposición para ello; pero al menos me concederás que la mala fama trasciende; que la maledicencia no sólo se ceba en quien lo merece, sino en las personas que rodean a quien lo merece, aun cuando no sean cómplices suyos. Eso quizá será verdad; pero, a fuerza de querer probar mucho, no prueba nada.

Juanita tuvo que perder hasta la amistad y el trato de Antoñuelo. Y esto no sólo para no seguir dando pábulo a la maledicencia, sino también porque Antoñuelo estuvo muy tonto y ella se vio en la precisión de despedirle con cajas destempladas y para siempre. Dos días después de haber predicado el padre Anselmo su famoso sermón, Antoñuelo volvió de sus correrías.