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Actualizado: 6 de junio de 2025


Las vecinas le encontraban algunas veces en las calles hablando con señoritos cuya presencia hacía reír a las mujeres, o con graves caballeros a los que la maledicencia daba motes femeniles. Unas temporadas vendía periódicos, y en las grandes fiestas de Semana Santa ofrecía a las señoras sentadas en la plaza de San Francisco bandejas de caramelos.

Unos cuantos besos en la mano, cuatro palabras agradables; algunas bromas crueles de camarada que tiene conciencia de su superioridad... todo esto había conseguido después de muchos meses de asidua corte, de resistir a su madre, viviendo en su casa como un extraño, sin cariño y bajo miradas de indignación; de entregarse por entero a la maledicencia de los enemigos que le suponían liado con la artista y hacían aspavientos en nombre de la moral.

Tales fueron, durante algún tiempo, sus pensamientos. La maledicencia y la calumnia se cebaron en ella. Quién dijo que no era buena, sino pecadora a escondidas; quién que por avariciosa se hacía deseable, para venderse cara; quién, llegando hasta el colmo de la infamia, afirmó que Safo había retoñado en ella: lo cierto fue que nadie pudo probar acusación alguna.

En mi tía Carmen no arraigó la murmuración ni halló tierra propicia la maledicencia, acaso porque a la nobleza de su alma repugnaba todo lo bajo y miserable. Por lo contrario, en todas ocasiones salía en defensa del ausente, desgarrado en su buen nombre por las tijeras del gremio solteríl.

La opinión del prójimo, si no valía, importaba a sus ojos tanto como la misma virtud: temían más al comentario y la maledicencia que a la falta, siendo partidarios acérrimos del refrán que dice: «Pecado ignorado medio perdonado». Con tales ideas no habían de permitir que sus sobrinas viviesen solas. Soledad y Sacramento no parecían hermanas.

La austeridad esquiva de Juana la Larga durante muchos años, desde que tuvo su juvenil tropiezo, no pudo en esta ocasión eximirla de la maledicencia. La gente decía que al fin se había dejado tentar y lo daba todo por hecho.

Prefiero pasar por encogido, por tonto, por mal criado y arisco, a dar la menor ocasión, no ya a la realidad de sentir por ella lo que no debo, pero ni a la sospecha ni a la maledicencia. En cuanto a Pepita, ni remotamente convengo en lo que Vd. deja entrever como vago recelo. ¿Qué plan ha de formar respecto a un hombre que va a ser clérigo dentro de dos o tres meses?

Allí los caprichos de la moda, las confidencias entre amigos del momento, la maledicencia de unos, la chismografía política de otros, las intrigas galantes, los falsos complimientos, las protestas que jamas se cumplirán, los proyectos y dichos mas ó ménos pretensiosos, la emulacion implacable de las mujeres á la moda, las farsas de los caballeros de industria, la insolente coquetería de las cortesanas, las sérias conversaciones de los hombres de estado en vacaciones, y las truhanerías del estudiante en peregrinacion á la vapor.

Usted vive muy por encima de esos chismes y cuentos y no puede, en efecto, ser confidente de tales calumnias... A lo más, Elena pudiera haber oído algo... Entre mujeres... Lo dudo. Elena odia la maledicencia; pero, en fin, si usted lo desea, la interrogaré...

En una palabra, hacen un bosquejo; en un gesto, un retrato; y en un movimiento, una caricatura; se ríen de su obra y de aquí no pasa. La risa jamás llega al sarcasmo y nunca fabrican en sus labios el sucio barro en que modela la maledicencia sus asquerosos ídolos. La mujer de Filipinas, tiene muchísimo que estudiar. El que verdaderamente la llega á comprender, es el que sabe apreciar cuánto vale.

Palabra del Dia

irrascible

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