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Toma precauciones, Jacobo. Te odia mortalmente. Suceda de lo que quiera, poco importa. Pero tienes que tomar un desquite público y brillante. No te comprometas por una imprudencia. Jacobo respondió gravemente: Mi vida ha terminado, Lea, y mi rehabilitación así como el castigo de Sorege, serán los últimos actos de hombre que realizaré. He visto el mundo y le he juzgado.

21 El carbón para brasas, y la leña para el fuego; y el hombre rencilloso para encender contienda. 22 Las palabras del chismoso parecen blandas; mas ellas entran hasta lo secreto del vientre. 24 El que odia disimula con sus labios; mas en su interior maquina engaño. 26 Aunque su odio se encubre en el desierto; su malicia será descubierta en la congregación.

Deben ustedes estudiarlo. Para él no existe nada digno de aprecio fuera de las Thermópilas y Maratón. Odia á los medos y á los persas más que á los chicos que le roban la fruta. ¡Es curioso! exclamaba el ingeniero. Pero su enemigo mortal es Pericles. ¿Cómo? , se ha empeñado en destruir su gloria, y busca y rebusca por todas partes algo que pueda socavarla.

Al separarme yo de mis compañeros, el ministro de la Guerra había dado las órdenes necesarias, y el orden estaba restablecido completamente. Pero no puedo comprender que se amotinara todo un pueblo para atropellar á un solo hombre. ¿No sería que en esa casa se reunían muchos de los que el pueblo odia? De cualquier modo que sea, es preciso un pronto castigo.

Pero poco importa su belleza. Si el rey la admira, el pastor la odia, y le ha declarado guerra mortal, por enemiga del rebaño. Pronto no habrá águilas, buitres ni gipactos más que en los museos: ya no se ve en muchas montañas ni un nido, ó el único que queda no guarda más que un pajarraco solitario y desconfiado, viejo, medio tullido y comido por los parásitos.

488 Odia de muerte al cristiano, hace guerra sin cuartel; para matar es sin yel, es fiero de condición; no golpia la compasión en el pecho del infiel. 489 Tiene la vista del águila, del leon la temeridá; en el desierto no habrá animal que él no lo entienda, ni fiera de que no aprienda un instinto de crueldá.

¿Odiarme á ? ¿odiarme todavía despues del mal que me han hecho? preguntó el joven sorprendido. Simoun soltó una carcajada. Es natural en el hombre odiar á aquellos á quienes ha agraviado, decía Tácito confirmando el quos læserunt et oderunt de Séneca. Cuando usted quiera medir los agravios ó los bienes que un pueblo hace á otro, no tiene más que ver si le odia ó le ama.

En primer lugar, veamos, ¿qué te ha dicho Jacobo? ¿Qué te ha pedido? ¿Qué le has prometido ? ¿Os habéis visto ayer después de la maldita velada de Harvey? Hacía mucho tiempo que no os hablabais y no ha debido reinar entre vosotros la mayor cordialidad. ¡Debe guardarte rencor! ¡Y á me odia de muerte!

Llegó un momento, sin embargo, en que su corazón herido, deshecho, ya no pudo más. Se secaron las lágrimas repentinamente y un día en que su marido enloquecido se desbordaba en palabras ultrajantes le clavó una mirada larga, fría, despreciativa que le dejó paralizado. «Mi mujer me odia», se dijo estremecido. Y desde entonces aquella idea no se apartó de su mente.

Su autor, que á fuerza de verla ensayar casi la odia, ni siquiera tiene el consuelo de ir á verla: no puede, se aburriría; todos sabemos que Alfredo de Musset se durmió profundamente y hasta llegó á roncar, en un palco de la Comedia Francesa, durante la representación de «Un capricho», su comedia mejor...