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Es cierto que cualquiera me dirá para contestarme que Zola no escribe para que le lea Perícles, sino para que le lean los hombres del día. Y como los hombres del día gustan mucho de sus novelas, Zola tiene grandísimo mérito, y lo que yo digo, nada prueba en contra. Mi réplica es clara. Yo no quiero inferir ni infiero nada contra el mérito de las novelas de Zola.

Este animal sólo existe en la región asoleada del olivo, y París, donde vivió La Fontaine, no tiene olivos. Es indudable que tomó esta historia de los griegos. Los niños de la Atenas de Pericles, al ir á la escuela con su capacito de esparto lleno de higos secos y de olivas, se contaban el cuento de la cigarra imprevisora que tuvo que pedir un préstamo á la hormiga.

Cuando Lorenzo de Médicis el Magnífico se afanaba tanto por resucitar en la bella Italia la cultura y costumbres del siglo de Augusto con las artes del tiempo de Pericles y el neoplatonicismo del Bajo Imperio, educando á su prole en el desprecio de todo lo que no era antigüedades griegas y romanas, y en la amistad íntima de un Marsilio Ficino y de un Pico de la Mirándola, estaba por cierto muy lejos de imaginarse que la autoridad pontifical de su hijo Juan habia de sufrir mayor descalabro por el influjo destructor de aquel renacimiento pagano que por los envenenados tiros del mismo Lutero.

Hay progreso en la ciencia; pero en el arte no hay progreso. Si Perícles resucitara hoy se quedaría turulato al oír el fonógrafo, al hablar por teléfono y al ver el alumbrado eléctrico, los globos aerostáticos, los ferrocarriles y la fotografía.

Bien puede ponerse en duda que haya habido jamás clase media bastante ilustrada para competir en tino, al proteger la poesía y las demás letras humanas, con Pericles, Augusto, Mecenas, Bembo, Leon Décimo, Lorenzo el Magnífico, Luis XIV de Francia y el Duque de Weimar.

Por lo general, es hombre pacífico y comedido; mas en cuanto se le habla de Pericles sale de sus casillas y suelta horrores por la boca. Hace algunos años escribió un folleto fulminante contra él. En todo Asturias se conoce este documento, que es chistosísimo. Oigan ustedes algo: «Á buena fe, Pericles; á buena fe, don traidor, suspiros y lágrimas asaz engendrará vuestra desbocada ambición.

Yo confieso que, si se reuniesen las más selectas poesías líricas de los grandes poetas de hoy y Perícles pudiese leerlas y entenderlas, había de hallarlas superiores a las de Píndaro. Prolijo sería explicar el por qué. Baste con que yo reconozca que en lo lírico sobrepujamos a los antiguos. No así en lo demás.

El capitán era también enemigo de Pericles. D. César había logrado arrastrar en su odio á todos sus parientes y amigos íntimos. Pero la disposición colérica en que ahora se hallaba le impulsó á llevar la contraria á su primo. ¡Pura comedia! exclamó éste exaltándose.

Supongamos ahora que al resucitado Perícles le sirve de cicerone un sabio de los más profundos del día, muy convencido de la incomparable superioridad de todo lo de hoy sobre todo lo antiguo, y muy al corriente de los adelantos de la ciencia y de las invenciones novísimas más ingeniosas.

Los alegres comensales contemplaron á D. César con sorpresa y curiosidad como si no le hubieran visto en su vida. Sin duda la sidra y el vino les habían borrado el recuerdo. ¡Cielos, el dorio! dijo uno. ¡El ingenioso hidalgo! manifestó otro. ¡El enemigo de Pericles! apuntó un tercero. Y todos se guiñan el ojo con maliciosa alegría y se prometen un sainete divertido para fin de la fiesta.