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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Al menos él no las había encontrado, o bien ellas, considerándole profano, le habían ocultado su retórica y su filosofía, guardándolas para los Pericles y los Sócrates, y luciendo, a lo más, su ingenio en calembours más o menos desvergonzados y burdos. Dicho sea en honor de la verdad y en alabanza de Rafaela, su sinceridad en todo aquello era completísima.

Acostumbrado, además, Perícles a la concisión en el narrar de tantas y tan bellas fábulas, leyendas y tradiciones de su patria, yo apostaría mil contra uno a que no sufriría con paciencia, sin bostezar y sin dormirse, las pesadísimas e interminables descripciones de una novela de Zola.

Acostumbrado Perícles a la rapidez de la narración de Herodoto, no podría aguantar ni al grande historiador Macaulay, el cual, si hubiera continuado su historia de Inglaterra hasta nuestros días, hubiera tenido que dar a la estampa centenares de volúmenes de la edición Tauchnitz, y hubiera sido menester, hasta para un lector inteligente y asiduo, el empleo de algunos años de vida sólo para leer a Macaulay y enterarse a medias de lo que dice.

Y lo que se afirma aquí de los individuos, con más razón puede afirmarse de grupos o colectividades organizadas. ¿Qué ciudad moderna, sin excluir a Florencia y a París, crea una cultura filosófica, literaria y artística, tan original y con tan pocos precedentes y elementos exóticos, como la de Atenas en tiempo de Perícles? ¿Ni qué nación, por último, por dominadora y fuerte que sea en el día, podrá soñar con gloria y poder que equivalgan a los de Roma, que no siendo más que una ciudad se enseñoreó de lo mejor del mundo, le dio leyes e idioma y fundó un Imperio que duró no pocos siglos?

Me imaginaba oir la palabra vigorosa y ardiente de alguno de aquellos grandes oradores que ilustraron al pueblo heleno... Porque la elocuencia de mi queridísimo amigo el señor Peña, tiene mucho de la arrebatada pasión que caracterizaba a Démostenes, el príncipe de los oradores y bastante también de la fluidez y elegancia que brillaba en los discursos de Pericles.

Escritas han sido para agradar en el día, y esto se ha logrado. Bastante mérito es esto. Lo único que yo pretendo demostrar es el indiscutible progreso de la ciencia y el sobrado discutible progreso del arte. Es evidente que Perícles se admiraría y gustaría del teléfono; pero también es evidente o casi evidente que no se admiraría ni gustaría de casi ninguna de nuestras novelas.

Este sabio lleva al olímpico Perícles a un gabinete o museo de figuras de cera y me le deja estupefacto y aturdido. ¿Qué tienen que ver Minerva y Júpiter, donde el oro, el marfil y el mármol sólo imitan lo exterior de la Naturaleza, y aun esto incompletamente y sin todos sus pelos y señales, como en las figuras de cera?

Mira, hermana, mi amigo es tan rico y abundan tanto en su casa los objetos de toda laya, que lo mismo que aparece como indostaní en la fotografía, hubiera podido aparecer griego del tiempo de Pericles, magnate egipcio de la época de los Faraones o de los Ptolomeos, Mirza contemporáneo de Hafiz o señor feudal del siglo de la primera cruzada.

Y todavía iremos de mal en peor, en esto de bella arte, si las figuras que el cicerone enseña a Perícles están fabricadas para el estudio de la patología interna, y se ve dentro de ellas cómo se forman tumores, fístulas, llagas, excrecencias y todo linaje de pupas.

Está probado que, desde el siglo de Pericles en adelante, las mujeres griegas, á fuerza de contemplar las obras maestras de la escultura y de la pintura, vinieron á ser mucho más hermosas que en los siglos anteriores: Y yo he leído también, en autores muy formales, que esas aéreas, aristocráticas y semi-divinas imágenes de mujer, que en los libros de Keepsake nos deleitan, no son copia de las Ladies y de las Misses más celebradas, sino son como norma ó pauta á la que esas Misses y esas Ladies se han ajustado, y son como molde en que, trascendiendo de lo espiritual á lo físico, las han fundido sus madres.

Palabra del Dia

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