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Actualizado: 26 de junio de 2025
Aquellos individuos merendaban alegremente, y nos dispensaron una acogida cariñosa, brindando, así que entramos, a nuestra salud. Observé que, en medio de la confianza, don Jenaro infundía cierto respeto a todos. De las tres muchachas, una se llamaba Concha la Carbonera: era delgada, de un rubio ceniciento, mejillas pálidas y marchitas y ojos azules, fieros y desvergonzados.
De cuando en cuando, entre el grupo de los hombres y el de las mujeres se cruzaban palabras libres, gestos desvergonzados, un tiroteo de chistes convencionales, que sorprenden la primera vez y aburren en seguida. Particularmente, Concha la Carbonera respondía con una viveza y desgarro que me infundían repulsión. El hastío me hizo acercarme al guitarrista y trabar conversación con él.
EVARISTA. La energía de usted fortifica mi ánimo... Bueno...¿y qué...? PANTOJA. Hoy en casa de Requesens, han hablado de la chiquilla en los términos más desvergonzados. Contaban que acosada indecorosamente del enjambre de novios, se deleita recibiendo y mandando cartitas a todas horas del día.
El amor a la gloria venció de nuevo al sórdido interés, y lo entregamos graciosamente a los desvergonzados pilluelos, que se reían de nuestra inexperiencia. Tales sacrificios estaban compensados por ciertos deleites no comprendidos sino de quien los haya experimentado.
Granujas de la peor estofa, aspirantes a puntilleros, toda clase de rapaces desvergonzados y miserables, formaban su pandilla; y como Mariano solía tener algún dinero, eran de ver su boga y popularidad entre esta chulería menuda, que sin cesar se ofrece a nuestra vista por calles y caminos con escándalo de la moral, con bochorno de la sociedad y del cristianismo, que no aciertan a recoger y sujetar estos presidios sueltos del porvenir.
Al menos él no las había encontrado, o bien ellas, considerándole profano, le habían ocultado su retórica y su filosofía, guardándolas para los Pericles y los Sócrates, y luciendo, a lo más, su ingenio en calembours más o menos desvergonzados y burdos. Dicho sea en honor de la verdad y en alabanza de Rafaela, su sinceridad en todo aquello era completísima.
Concertose después con la batelera para su expedición nocturna y se despidió de ella recomendándole mucho sigilo. Cuando entró de nuevo en la habitación encontró en ella a Maximina, que estaba acabando de arreglarla, y a su primo Adolfo, un muchacho de trece a catorce años con grandes cachetes, el cabello corto y erizado y unos ojos cargados de carne, fieros y desvergonzados.
Pero así que aquellos desvergonzados pasaban de las palabras a las obras tocándole la cara o pellizcándole, ya estaba descompuesto, perdía enteramente los estribos y no decía cosa intencionada ni siquiera razonable. Superfluo es añadir que, conociéndole el flaco, todas las bromas terminaban en esta forma.
Vos sois como todos; más materia que alma... al menos para mí... en el teatro veréis á la Angela, á la Andrea, á la Mari Díaz, que es muy hermosa, alta, gallarda, con un cuello de cisne, unas manos de diosa, un talle de clavel, y sus grandes ojos azules... los ojos más graciosamente desvergonzados del mundo; cuando os vea tan hermoso... sobre todo, cuando os vea conmigo, de seguro se pone en campaña, y empieza á disparar contra vos... mejor dicho, contra mí, toda su batería de miradas y de suspiros enamorados. ¡Oh! tengo miedo... y sin embargo, os llevo porque quiero probaros... si me hacéis traición, mejor... os olvido... os perdono... y me quedo libre de un galanteo que puede acabar por romperme el corazón; si os mantenéis firme... ¡oh! eso sería una felicidad... porque me probaría que vos sois para mí lo mismo que yo soy para vos.
Á ninguna parte, Padre, que se está muy quietecito. Los que andan por él son los que van y vienen. Ya tiene su merced bastante edad para saberlo. Oye, ¿qué debe hacerse con los pilluelos desvergonzados? Meterlos á frailes. Aquí el Prior no fué dueño de contenerse, y con paso ligero se encaminó al muchacho, resuelto á plantarlo de un puntapié en la copa de un pino.
Palabra del Dia
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