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Actualizado: 16 de junio de 2025
Al fin, otro desgraciado, que no lo era tanto como él, le facilitó una guitarra vieja y rota, y después de arreglarla del mejor modo que pudo, y después de derramar abundantes lágrimas, salió cierta noche de Diciembre a la calle.
Toda la tarde he estado sintiendo la misma ilusión en los oídos... ¡Pícara memoria, qué malos ratos me está dando!... Si yo pudiera arreglarla a mi gusto, borraría lo amargo en ella; y entonces ya sería otra cosa bien distinta... Temí que no, viniera usted esta noche, Leto. ¡Como le dejé tan preocupado y es usted tan... especial!... Por otra parte, casi sentía que viniera, pensando en que al verle entrar de pronto... ¡qué sé yo? ¡Depende de tan poco el que papá, con lo receloso que anda, me haga declararle la verdad!
Concertose después con la batelera para su expedición nocturna y se despidió de ella recomendándole mucho sigilo. Cuando entró de nuevo en la habitación encontró en ella a Maximina, que estaba acabando de arreglarla, y a su primo Adolfo, un muchacho de trece a catorce años con grandes cachetes, el cabello corto y erizado y unos ojos cargados de carne, fieros y desvergonzados.
Juan Machín se casó con una mujer rica de Bilbao; compró una casa solariega en Izarte, y comenzó a arreglarla a su gusto. Varias veces me dijeron que fuera a ver los trabajos y excavaciones que se hacían en el pueblecito vecino; pero no tenía gran curiosidad, y no hubiese ido por allí a no aconsejarme mi madre que fuera, aunque por otra causa.
Después de mirarse gravemente al espejo muchas veces y de procurar arreglarla tirando de ella hacia abajo, el tío Manolo soltó un terno y echó una mirada feroz a Miguel. En seguida, procurando refrenarse, sin poder conseguirlo, exclamó por lo bajo y sonriendo forzadamente: ¡A que no me visto hoy, Miguelito!
Al fin, otro desgraciado, que no lo era tanto como él, le facilitó una guitarra vieja y rota, y después de arreglarla del mejor modo que pudo, y después de derramar abundantes lágrimas, salió cierta noche de Diciembre a la calle.
Tenía verdaderamente una fisonomía atrayente y aun estando pálido, con los ojos cerrados y la frente cubierta con una compresa, resultaba sumamente agradable. Herminia, que iba y venía por la habitación, encontró sobre una silla, en desorden, la ropa del desconocido. Creyó que debía arreglarla y estaba haciéndolo cuando cayó una carta de uno de los bolsillos.
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