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Estaba ahí sentado, donde estás. Al principio me oía irónicamente, con aquella sonrisa dolorosa que le caracteriza; pero cuando le conté lo que te voy a contar a ti, se transformó. Lloraba como un chico. No creía que tuviera el corazón tan blando. Yo mismo me conmoví. ¿Y a qué se refiere lo que me va usted a contar? Se refiere al padre y a la madre de Machín. ¿Los ha conocido usted? .

¿Tienes inconveniente en jurar que cumplirás mis encargos? Ninguno. Pues bien. ¿Juras que reconocerás como pariente a mi hija María de Aguirre, siempre, digan lo que digan, y que la favorecerás con todos tus medios? , lo juro. ¿Juras que entregarás esta carta a Juan Machín, el minero, dentro de un año o antes si las circunstancias te obligan a abandonar Lúzaro? Lo juro.

Hacía ya mucho tiempo que Machín no se ocupaba de Mary ni de para nada. No se le veía jamás por Lúzaro. Se iba acercando el día de nuestra boda. Una noche, al entrar en casa, vi a Machín que me esperaba en el portal. Me eché a temblar, lo confieso. ¿Qué querria aquel hombre? Tengo que hablar con usted me dijo. Bueno, pase usted a casa le indiqué. Pensé que no intentaría atacarme.

Antes de que nos diéramos cuenta estábamos a salvo; Machín y su criado bajaron las velas y nosotros remolcamos la goleta. Salimos al muelle. En aquel momento los chicos de la escuela volvían de rezar de la ermita por nosotros y nos contemplaban con admiración. Machín sabía que entre los pescadores era odiado, y no quiso presentarse como nuestro salvador. El y su criado se retiraron.

Sin embargo ... murmuré yo. A pesar de las palabras del médico viejo no me tranquilicé, y, con esta tendencia que se tiene a aumentar el propio mal, le pedí informes de Machín. Machín es un hombre de una voluntad de hierro me dijo el médico . le conocerás. No; no creo haberle visto nunca. Pero habrás oído hablar de él. Poco. Pues Machín es hijo de un caserío de tu abuela.

Machín levantó la cabeza, asombrado del tono del médico, dispuesto, sin duda, a replicar con violencia; pero se calló. Yo vengo a hacer dos cosas dije yo . La una, entregarle a usted este sobre del difunto padre de Mary. ¿A ? preguntó él en el colmo del asombro. , a usted y saqué el sobre y lo dejé encima de la mesa. Está bien, muchas gracias murmuró él.

Pero esos son unos salvajes replicó doña Celestina . No quiero que la Shele vaya allí. La tratarían muy mal. ¿Y Machín? preguntó el cura . ¿Machín el mozo? ¿El de mi caserío? . Pero, ¿no es tonto ese muchacho? ¡Ah! ¡Claro! No vamos a encontrar un hombre perfecto como los de la Constitución del año doce. El señor vicario se permitía alguna bromita de cuando en cuando contra las ideas liberales.

Ya nadie se acordaba de los sepultados por la mañana en el mar. Así es la vida. Ellos vivían, después de haber estado cerca de la muerte, y celebraban su fortuna. Andaban todos un poco intoxicados por el alcohol y se contaban uno a otro las mismas cosas que juntos habían visto. En general ninguno quería creer en la buena intención de Juan Machín al socorrernos.

Buenas noches me dijo Machín burlonamente. Seguí cultivando mi estoicismo; recordé que debía tener un cortaplumas en el bolsillo, y esta idea me animó a esforzarme para soltar la ligadura de las manos. La noche estaba tan negra que no veía dónde ni cómo me encontraba; tenía miedo de caer al mar en un movimiento brusco.

Respecto a lo que me dices de esa muchacha inglesa que es tu novia, no creo que se haya dirigido a ella; pero si ves que la importuna, dímelo a : yo le llamaré a Machín y le diré algo importante. Me despedí del médico, que iba a entrar en una casa de la carretera, y me volví al pueblo. No las tenía todas conmigo. Cuando llegué a casa de Recalde, se abría la puerta. Esperé un poco.