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Y siempre que se hablaba del sombrero de copa de su difunto esposo, exclamaba la Reina Sabihonda, en portugués: «En todas las cosas, por despreciables que parezcan, hay algo de valor, para el que sabe encontrarlo

Para Horacio Vernet es el hombre; el hombre muerto en aquel campo de batalla; aquel hombre puesto boca abajo, solo, abandonado de todo el mundo, sin más testigos que una piedra, una mata y el cielo; aquel hombre muerto para la materia, lleno de vida y de verdad para el arte, para la moral y para el dogma; aquel hombre tan lleno de vida y de belleza, que aún estando difunto, que aún siendo cadáver, parece ser el habitador de aquel desierto, el genio imponente de aquella soledad.

Pues id, alcalde, despacháos, depositad el difunto y volved, porque os necesitaré aún. Cuando el duque se encontró solo, una expresión de contento animó su semblante. Esto consistía en que se le había quitado una montaña de sobre el corazón, en el momento en que destruyó las pruebas de traición que en poder del tío Manolillo eran su inquietud mortal.

Alguien se había interpuesto entre los dos, á pesar de que estaban abrazados estrechamente. El capitán, que empezaba á perder la conciencia de sus actos, lo mismo que un náufrago, descendiendo y descendiendo á través de las capas vibrantes de un placer sin límites, vió de pronto la cara de Esteban difunto, con los ojos vidriosos fijos en él.

La conexión que parece existir entre el difunto Cardenal Sannini y fray Antonio, el capuchino de Lucca, es extraña observé. ¿Estará el monje en posesión del secreto? cavilo yo. No hay duda de que él tiene algo que ver con este asunto, como lo demuestran sus constantes consultas con Dawson. Es indudable dijo Reginaldo, dando vuelta a las cartas sin objeto.

Oraba por el alma del difunto rey don Felipe; se abrió la puerta de mi celda, y entró el superior; traía un papel en la mano, y en su rostro había no qué de particular, una alegría marcada. Venía á darme una noticia que á otro hubiera llenado de alegría y que á me aterró. ¿Y qué noticia era esa?

Casó además con caballeros de su clase, que todos eran Condes, y el que menos tenía dieciséis cuarteles, a cuatro de sus hijas, condesas también desde su nacimiento. Conseguido tan difícil triunfo, la Condesa viuda vivía tranquila y retirada en el castillo o mansión señorial que le había dejado en usufructo y de por vida su difunto esposo.

Tenía treinta y cuatro años y parecía estar más allá de los cuarenta Al hablar se calaba los lentes con un movimiento de altivez cuidadosamente imitado del difunto jefe del partido, y nunca manifestaba su opinión sin decir antes: «Yo entiendo»... o «sobre ese asunto tengo mis ideas particulares y propias»... ¡Lo que había aprendido en aquellos ocho años de abono parlamentario!...

Veamos, pues, qué tales trazas tiene el difunto. Es un sargento mayor dijo un alguacil. ¡Un sargento mayor!... exclamó Montiño. Y de una manera instintiva arrojó una mirada cobarde al cadáver, cuyo semblante estaba alumbrado por la luz de la linterna de un alguacil. ¡Don Juan de Guzmán! exclamó Montiño reconociéndole ¡el infame que me ha robado mi dinero, mi mujer y mi hija!

Soltaron ellas la risa, creyendo que había tropezado; pero al ver que no se movía, acudieron; llegose también el sereno, le echó a la cara la linterna, y entonces vieron que tenía un ataque. Húrgale por aquí, húrgale por allá, y el buen señor como cuerpo difunto.