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V. En el cual el misterio aumenta considerablemente VI. En el que figuran tres aes mayúsculas VII. El misterioso extranjero VIII. En el que se habla la verdad IX. La casa del silencio X. El hombre de los secretos XI. En el que se explica el peligro de Mabel Blair XII. El señor Ricardo Dawson XIII. Se revela el secreto de Burton Blair XIV. La opinión de un perito

Sabía muy bien que Dawson era un marino sin escrúpulos, del peor tipo que puede haber; por lo tanto, consideró muy prudente, supongo yo, entrar en sociedad con él y que le ayudase a explotar el secreto. Pero el pobre Blair debe haber estado siempre en las manos de Dawson, aun cuando es evidente que sus ganancias fueron enormes.

Vamos, vamos, Gilberto interrumpió Reginaldo. No hay necesidad de promover una disputa. No, por cierto declaró con aire imperioso el señor Ricardo Dawson. La pregunta es bien sencilla, y como futuro administrador de la fortuna de la joven, tengo perfecto derecho de hacerla. Entiendo añadió, que se ha convertido en una niña muy atrayente y amable.

Mi tranquilidad se vio turbada un día por la visita de dos ingleses, Blair y Dawson, los cuales me contaron una historia extraña sobre el secreto que les había sido dado, pero al principio yo no quise creer que hubiera nada de cierto en este cuento del tesoro escondido. Sin embargo, investigamos, y después de una exploración muy larga, difícil y peligrosa, conseguimos descubrir la realidad.

El tal Dawson había usurpado en la casa la posición de Ford, y este último, lleno de resentimiento, estaba en constante acecho de sus actos y movimientos y dominado de los mayores recelos, como todos lo estábamos.

Herberto Hales, a quien mi padre no conoció, y Dawson, se embarcaron en el mismo tren en que él partió para Manchester, y no tengo la menor duda de que tenían intención, si la oportunidad se les presentaba, de herirlo con el mismo cuchillo fatal con que más tarde se llevó a cabo el atentado contra usted. La muerte, sin embargo, les arrebató su víctima.

Sin embargo, si intenta cometer alguna mala acción, pueden ustedes mencionarle, como de paso, que Enrique Hales vive todavía, y está pensando en venir a Londres para hacerle una visita matinal. Observen entonces el efecto que estas palabras producirán en él y el anciano se rió, añadiendo: ¡Ah! señor Pájaro Dawson, me imagino que todavía tiene que arreglar sus cuentas conmigo.

Era evidente que ella le temía a Dawson, habiéndose dejado dominar por la creencia aterradora de que su secreto, sea lo que fuere, se haría público ahora, y había huido, según parece, por no volver a encontrarse frente a frente conmigo. ¿Pero por qué? ¿De qué naturaleza podría ser su secreto para que tanto la avergonzara y la obligara a esconderse?

En cuanto a lo que se refiere a Dawson, ese es otro asunto distinto; pero mi amigo Seton no será, tenedlo por seguro, olvidado, ni vos tampoco personalmente, como fiel poseedor del secreto. Toda recompensa o regalo que se me pueda hacer es para mi Orden fue la tranquila respuesta del varonil monje.

De las averiguaciones que a la mañana siguiente hizo el viejo Babbo en la Cruz de Malta, resultó evidente que el señor Ricardo Dawson, fuese quien fuese, venía a Lucca constantemente, y siempre con el fin de visitar y consultar al popular monje capuchino.