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Actualizado: 29 de julio de 2025
Ella, ¡pobrecita! había sido, como su padre, la inocente víctima del ingenioso aventurero Dawson y del joven bribón y sin escrúpulos que había sido su instrumento, los cuales la habían persuadido, por medio de engaños y de amenazas, a que consintiera en ese fatal casamiento, con el fin de poseer, después, toda la enorme fortuna de Blair.
Era evidente que existía alguna razón muy poderosa para tratar de impedir que el secreto viniera a mis manos; pero su creencia de que la bolsita ya estaba en mi poder destruía mi sospecha de que este misterioso hombre estaba ligado a la muerte extraña de Burton Blair. Créame, señor Dawson le dije, con la mayor calma, no abrigo temor alguno del resultado de la bondadosa generosidad de mi amigo.
Sí, nosotros tres éramos los únicos que conocíamos el secreto, y entonces convinimos en que Blair tendría la mayor parte, dado que el exbandido se lo había regalado a él, mientras Dawson, a quien Pensi, según parece, dio a conocer algunos datos concernientes al tesoro, antes de morir, participaría de una cuarta parte del producto anual, y yo, nombrado guardián de la casa del tesoro, de una octava, o, mejor dicho, mi comunidad, para cuyo beneficio era.
Este tal Dawson es el tipo más acabado de la mala educación y pésimos modales; sin embargo, le he alcanzado a oír que le decía a su hija, hace dos días, que estaba pensando seriamente en manifestarse a favor de la reforma y entrar en el Parlamento. ¡Ah! ¿qué diría la pobre Mabel si supiese semejante cosa?
Aquí tenemos a Dawson en persona. ¡Dawson! tartamudeó el hombre contra quien me había prevenido el monje. Hagámosle entrar. Pero, ¡por Job! debemos tener cuidado de lo que digamos, porque, si todo lo que se dice de él es cierto, debe ser extraordinariamente perspicaz. Déjamele a mí le dije. Y luego añadí, volviéndome a Glave: Haga pasar adelante a ese caballero.
Halagó mi amor propio declarando que ella habría deseado que yo hubiera sido nombrado su secretario, a lo cual le contesté agradeciendo su cumplido, pero afirmando que semejante cosa no hubiese sido nunca posible. ¿Por qué? me interrogó. Porque usted me ha dicho que el tal Dawson viene aquí a ocupar ese puesto por derecho propio.
Por cierto respondió Dawson con una sonrisa, mientras su único ojo me miraba parpadeando a través de sus anteojos, arcos de oro. Pero su amistad y gratitud nunca hicieron que llegase al grado de revelarle su secreto. No.
Las manos que me habían aprisionado apretábanme con dedos de acero en la garganta y brazo, y tan repentino fue el ataque, que al principio creí que era una broma de Reginaldo, pues era éste muy amigo de chanzas cuando estaba de buen humor. ¡Dios mío! le oí gritar un segundo después, al iluminar la oscilante luz de la linterna el rostro de mi asaltante. ¡Es Dawson!
La conexión que parece existir entre el difunto Cardenal Sannini y fray Antonio, el capuchino de Lucca, es extraña observé. ¿Estará el monje en posesión del secreto? cavilo yo. No hay duda de que él tiene algo que ver con este asunto, como lo demuestran sus constantes consultas con Dawson. Es indudable dijo Reginaldo, dando vuelta a las cartas sin objeto.
Yo me negué a escuchar tan terrible acusación, pero mi sorpresa fue grande al ver que me hizo tener una entrevista con el amigo de mi padre, el tal Dawson, en la que éste declaró que él había sido testigo del hecho.
Palabra del Dia
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