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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Manos Duras, á pesar de su cinismo, quedó sorprendido al saber que don Carlos estaba al otro lado de la esquina de adobes. ¿Cómo se había presentado tan pronto?... ¿Quién había podido revelarle la presencia de su hija en este rancho lejano? Pero su ferocidad y el recuerdo de la ofensa inferida por Rojas le inspiraron una solución. Lo mejor será matarlo.
«Álvaro seguía pensando Ana había hecho mal en revelarle aquellas miserias, en hacer traición a Quintanar, por indigno que este fuera, y sobre todo en avergonzarla a ella con las aventuras ridículas y repugnantes del viejo». Pero como tenía empeño en limpiar de toda culpa a su Mesía, a su señor, al hombre a quien se había entregado en cuerpo y en alma por toda la vida, según ella, pronto le disculpaba, reflexionando que «el pobre Álvaro hacía aquello por amor, por arrojar del pensamiento de su Ana todo escrúpulo, todo miramiento que pudiera atarla al viejo que había hecho de lo mejor de su vida un desierto de tristeza».
Sepamos cuándo... ¿Cuándo? Para ayudar a usted necesito pedir licencia con anticipación. Es verdad. Pues bien. Antes me arrancaré la lengua que revelarle a usted todavía el lugar y la persona... Ni yo quiero saberlo: lo que me importa es la hora... Es cierto... Bien; repito que ni lugar ni persona los sabrá usted. Diré únicamente...
Era, pues, necesario ir a despintar al Mandarín gobernador, revelarle que yo era amigo de Camilloff, un convidado del Príncipe Tong, e intimarle a que acudiera a dispersar las turbas y mantener la ley santa de la hospitalidad. Mas Sa-Tó me contestó con voz débil como un soplo, que el gobernador, seguramente, era el que estaba dirigiendo el asalto.
Quería revelarle el terrible secreto cuanto antes, aquella misma noche. No había que perder ni un día; desde la mañana siguiente tenían los dos que cambiar de vida, había que poner puntales a la casa, y esto no admitía espera.... «En adelante, menos cavilaciones y más acción. Se trata de mi hijo.
Entonces, para prepararse para la escena que iba a tener lugar, trató de imaginarla; resolvió mentalmente cómo pasaría la confesión de la debilidad en que había incurrido dándole el dinero a Dunstan al hecho que éste lo tenía tan agarrado, que había tenido que renunciar a hacérselo largar, como además tendría que proceder con su padre para que éste se preparara para algo muy grave antes de revelarle el hecho mismo.
En aquel momento trataba de identificar este ideal con la persona de Huberto; pero al mismo tiempo desconfiaba de él, deseaba que no se declarase, ante el temor de que una brusca desilusión no la hiciese caer en la realidad. Aspiraba con pasión a encontrar una alma simple, enérgica, y un vago presentimiento la hacía temer que no encontraría lo que buscaba en lo que Huberto iba a revelarle.
Se despide de él, con la promesa de revelarle la combinación preciosa en un diván de los salones privados, cuando entre en el Casino. Piensa Lubimoff en su existencia de los últimos meses, en sus aventuras de soldado, en su herida, en todo lo que le ha ocurrido á él y al mundo entero mientras este músico permanecía fijo en Monte-Carlo sin admitir otra realidad que el revoloteo de la Quimera.
No; en vez de revelarle sus angustias se había contentado con escuchar distraídamente las frases de salón y las historias de club que, en su inconsciencia, Huberto no consideraba inoportuno referirle. En justicia, se reconoció algo culpable. Así, pues, tomó la resolución de demostrarse más afectuosa en sus próximas entrevistas.
Te he dejado entregada á la letra escarlata, replicó Rogerio. Si eso no me ha vengado, no puedo hacer más. Y puso un dedo en la letra, con una sonrisa. ¡Te ha vengado! replicó Ester. Es lo que creía, dijo el médico. Y ahora ¿qué es lo que quieres de mí respecto á ese hombre? Tengo que revelarle el secreto, respondió Ester con firmeza, tiene que ver y saber lo que realmente eres.
Palabra del Dia
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