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Actualizado: 20 de junio de 2025


Pero lo que daba cierto aspecto grandioso al gabinete era el retrato del difunto esposo de doña Lupe, colgado en el sitio presidencial, un cuadrángano al óleo, perverso, que representaba a D. Pedro Manuel de Jáuregui, alias el de los Pavos, vestido de comandante de la Milicia Nacional, con su morrión en una mano y en otra el bastón de mando. Pintura más chabacana no era posible imaginarla.

Por lo mismo, quería él vencer allí para que vieran. Había de ser en el salón amarillo, en el célebre salón amarillo. ¿Qué sabía Vetusta de estas cosas? Tan mujer era la Regenta como las demás; ¿por qué se empeñaban todos en imaginarla invulnerable? ¿Qué blindaje llevaba en el corazón? ¿Con qué unto singular, milagroso, hacía incombustible la carne flaca aquella hembra?

Entonces, para prepararse para la escena que iba a tener lugar, trató de imaginarla; resolvió mentalmente cómo pasaría la confesión de la debilidad en que había incurrido dándole el dinero a Dunstan al hecho que éste lo tenía tan agarrado, que había tenido que renunciar a hacérselo largar, como además tendría que proceder con su padre para que éste se preparara para algo muy grave antes de revelarle el hecho mismo.

Dentro de la epopeya más tenida por epopeya, hay a veces mucho lirismo. La existencia de uno y otro género es evidente; pero no aquieta al espíritu el poner por fundamento de la distinción algo de tan externo como el narrar o el no narrar. ¿Qué poesía no narra? ¿En qué obra escrita no se cuenta algo, a no imaginarla compuesta de ayes, suspiros e interjecciones?

Era gótico, pero no tenía la crudeza blanca, la sobriedad desnuda de las viejas catedrales. La arquitectura ojival convertía en polícroma: el oro y el bermellón chorreaban por los nervios de los pilares, y los arcos apuntados: las bóvedas, eran azules con estrellas de oro, como un cielo de teatro. Esta belleza, tan bonita, sólo podían imaginarla los Padres de la Compañía.

Perla inmediatamente se la puso al rededor del cuello y de la cintura, con tal habilidad que, al verla, parecía que formaba parte de ella y era difícil imaginarla sin ese adorno. ¿Es tu madre aquella mujer que está allí con la letra escarlata? dijo el capitán. ¿Quieres llevarle un recado mío? Si el recado me agrada, lo haré, dijo Perla.

Si vale comparar rostros de personas con rostros de animales, y si para conocer a la Burlada podríamos imaginarla como un gato que hubiera perdido el pelo en una riña, seguida de un chapuzón, digamos que era la Casiana como un caballo viejo, y perfecta su semejanza con los de la plaza de toros, cuando se tapaba con venda oblicua uno de los ojos, quedándose con el otro libre para el fisgoneo y vigilancia de sus cofrades.

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