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Un momento después fue introducido a nuestra presencia, y, saludándonos, exclamó, con una sonrisa: Supongo, caballeros, que tengo que presentarme yo mismo. Me llamo Dawson, Ricardo Dawson. Y yo soy Gilberto Greenwood dije con cierta frialdad. Mi amigo, aquí presente, se llama Reginaldo Seton.

Con el fin de explicar la verdad sencilla y llanamente, debo, en primer lugar, decir que yo, Gilberto Greenwood, era un hombre de escasos recursos, a quien una tía, ascética y de la iglesia bautista, pero poseedora de una pequeña fortuna, le había dejado una renta vitalicia; mientras mi amigo Reginaldo Seton, a quien conocía desde niño, cuando juntos habíamos estado en Charterhouse, era hijo de Jorge Seton, dueño de un negocio de encajes de la calle Cannon y concejal de la Municipalidad de Londres, el que murió dejando a Reginaldo de veinticinco años, con una pesada carga de deudas y un negocio anticuado y noble, pero que iba decayendo rápidamente.

GILBERTO. ¡Oh! ¡Me sentía atraído por la curiosidad! ¡Que me lleve el diantre si sospechaba que la célebre Terpsy era Melania Boujotte, a la que yo había dejado de modista en Montmartre...! TERPSY. Pues, querido mío, algo de culpa tienes de que yo me haya convertido en Terpsy... Es una cosa que te debo, además de la pérdida de mis ilusiones. GILBERTO. ¡Imposible...!

Todo eso está muy bueno respondí impacientemente, pero yo tenía un mundo de cosas que hacer, y algunos asuntos privados que atender. Tendrá que dejarlos descansar por un día o dos, ciertamente. insistió Reginaldo; debes estar tranquilo, Gilberto. Estoy demasiado contento de que no haya sido tan grave como al principio creímos.

Luego, volviéndose a , añadió: Ha sido mucha bondad en usted, Gilberto, venir expresamente a despedirse y alargó su delgada mano fría, buscó la mía y la estrechó fuertemente, mientras sus ojos se clavaban en con esa extraña mirada fija que sólo aparece en los ojos de un hombre cuando se encuentra al borde de la tumba. Es el deber de un amigo, Burton respondí con profunda solemnidad.

No exclamó en voz cortada, no me lo pregunte, Gilberto, ahora que puedo permitirme llamarle así, pues de todos los hombres es a usted al que no puedo decírselo. A sólo me resta callar... y sufrir. Su cara estaba pálida, muy pálida, y por la expresión de ella conocí que su resolución era irrevocable.

TERPSY. Precisamente estaba buscando un médico..., un médico de fama..., para que figurara en mi establecimiento... ¡Necesito un nombre conocido! ¡ no puedes negármelo...! Te daré un sueldo de cuatro mil francos mensuales... ¡Esto te entretendrá una media hora por día...! Y yo pongo en mis prospectos: «Dirección médica: Profesor Gilberto Tassouin». ¡Esto es importante...! ¿Quieres...?

Vamos, vamos, Gilberto interrumpió Reginaldo. No hay necesidad de promover una disputa. No, por cierto declaró con aire imperioso el señor Ricardo Dawson. La pregunta es bien sencilla, y como futuro administrador de la fortuna de la joven, tengo perfecto derecho de hacerla. Entiendo añadió, que se ha convertido en una niña muy atrayente y amable.

A bordo del Mary Clowle, en el puerto de Amberes. Era marino, como yo. ¿Pero por qué quiere usted saber todo esto? Porque contestó Reginaldo, Burton Blair ha muerto, y su secreto ha sido legado a mi amigo, el señor Gilberto Greenwood, aquí presente.

Ni aun la negativa de la señorita Nancy de aceptar la mano de su primo Gilberto Osgood simplemente a causa de que era su primo no había enfriado absolutamente la preferencia que había determinado a la señora Osgood, a pesar del gran disgusto que aquella negativa le había causado, a dejarle a Nancy varias alhajas de familia, cualquiera que fuese la esposa futura de su hijo.