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Loco de amor se casó don Carlos Ozores a los treinta y cinco años con una humilde modista italiana que vivía en medio de seducciones sin cuento, honrada y pobre. Esta fue la madre de Ana que, al nacer, se quedó sin ella. «¡Menos malpensaban las hermanas de don Carlos allá en su caserón de Vetusta. Su matrimonio había originado al coronel un rompimiento con su familia.

Cristeta se presentó en el andén vestida con elegante sencillez. Ya no era la chiquilla que años antes salía muy de mañana con un pañuelo a la cabeza y un vestidillo de percal a comprar buñuelos para que sus tíos tomaran chocolate, ni recordaba en nada la humilde comiquilla de los primeros meses de contrata, en que iba a los ensayos con velo negro, como van al taller las oficialas de modista.

Todavía le dolía al pobre dios la cuenta de la modista. ¡Hijo! dame cortinas de á doce pesos la vara y ¡verás si me pongo estos trapos! replicó picada la diosa; ¡Jesus! ¡hablarás cuando tengas tan espléndidos predecesores! Entretanto Basilio, delante de la casa, confundido entre la turba de curiosos, contaba las personas que bajaban de los coches.

Añadió que la muchacha se había entrampado por gastar en ropas y galas mucho más de lo que podía con arreglo a lo que su marido le enviaba, llegando a deber a una modista hasta dos mil reales, por lo cual él proponía a don Juan que éste le entregase dicha cantidad para que satisficiese en su nombre la cuenta pendiente, rasgo con que ella se ablandaría, demostrándolo en seguida aceptando cita o acudiendo a entrevista.

Son soberbios, y mientras más se les da, más quieren.... Ya es cosa hecha que Pablo se casará con su prima: es buena pareja; los dos son guapos chicos; y ella no parece tonta... y tiene una cara preciosa, ¡qué lástima de cara y de cuerpo con aquellos vestidos tan horribles!... No, no, si necesito vestirme, no me traigan acá a la modista de Santa Irene de Campó. Esto decía cuando entró Carlos.

A pesar de los artificios de la modista y del peluquero, sigue ordinaria, tiesa y evidentemente salida de los almacenes de productos químicos de su señor padre. Y su espíritu está en armonía con su cuerpo. Tiene inteligencia, pero vulgar, y sus ideas, que ella quiere presentar como superiores, son todas prestadas y reflejas, no se apoyan en nada personal y sólo descansan en el vacío.

Quince días en el campo y se pondrá la señorita tan gorda que habrá que enviar todos los trajes a la modista. ¡Más, más...! Me convendría tal vez pasar todo el invierno aquí. La doncellita se puso seria. ¡El invierno! ¡Alegre humor echaría su novio el encargado de la tienda de ultramarinos de la calle de Olózaga si tardase más de quince días en volver a Madrid! Esta parecía no escucharla.

Primeramente, Castro... Luego, Novoa. Hasta el coronel estaría en aquel momento paseando ante la tienda de una modista, á la espera de la chica del jardinero. Quedaba Spadoni, pero su fidelidad valía poco. Para él no existía otro femenino que el de la ruleta. Se detuvo el carruaje más allá del Museo Oceanográfico, donde empiezan los jardines de San Martino. Alicia pagó al cochero.

No podía decirse que hubiese sufrido, sino gozado cambio; antes era fina, gentil y airosa; ahora, sin perder elegancia, esbeltez ni gallardía, estaba más llenita y redondeada; de linda se había trocado en hermosa. ¡Y qué modo de vestir! ¡Buena modista y buen pagano!, porque todo lo que llevaba puesto era rico. ¿En poder de quién estaría? ¿Qué vida habría hecho desde que él la dejó burlada?

sales del limbo ahora; te coge una modista que lo entiende, te emperejila y engalana a uso de mujer que es hija de un padre rico y bien relacionado en la tercera capital de España, y me dice a : «ahí está esa alhaja, preparadita para brillar entre las más resplandecientes.