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¡Que está con Antoñita en el jardín! exclamó Magdalena incorporándose para mirar en aquella dirección. Es cierto... ¡Papá, llama a Antoñita en seguida, por favor! Quiero vestirme y necesito su ayuda. Avrigny se aproximó a la ventana y llamó a su sobrina.

»Llamé, pedí el carruaje y comencé a vestirme para salir... ¡No me atreví a preguntar por mi hija, y no la echaba de la memoria un solo instante! ¿Qué haría, la desdichada, desde que yo la había dejado en el suplicio de su honda pesadumbre y sin alientos para llorar!

Clementina siguió murmurando después de haberse ido: ¡Pero qué atrevido es este gallegazo! ¿Habrá mastuerzo? No creo que a nadie más que a le toquen semejantes criados.... Apaciguándose de pronto por virtud de otra idea que le acudió, dijo: Anda, ven a vestirme, que ya es tarde. Entró en su tocador seguida de Estefanía. Contra lo que debía presumirse, ésta tenía el semblante grave y nublado.

Cuando la llevaron a su cuarto, el volver en fue la vuelta de la desesperación y de los gritos; pero ya no se acordaba de la religión, sino de la libertad, y decía: «Que me saquen de aquí. Señor Nones, yo firmaré lo que usted quiera con tal que me saquen de esta basura. Quiero aire, calle, mi baño, mi casa, vestirme como debo, y ser honrada y feliz».

Después del tercer cuarto de hora me arrepentí de haberme acostado, y al cabo de una hora de inquietud, me levanté dispuesto a vestirme. Animome la creencia de que había visto lumbre en la sala común, y que tal vez estaba ardiendo todavía. Salí fuera de mi habitación y seguí a tientas el corredor que resonaba con los ronquidos de los allemani y con el silbido del viento implacable.

Ya lo , papá; llamaré a Antoñita que me ayudará a vestirme y dentro de un momento me tendrá usted, a su disposición. ¡A ver si ahora me llamará, como siempre, perezosa! Porque lo eres, te llamo así, Magdalena. Considere usted, papá, que no me encuentro bien sino en la cama. Mientras estoy levantada siento dolor o cansancio.

Siento mucho tener que vestirme en su presencia, pero nuestra situación no es para entretenernos en escrúpulos de buena crianza. Termino en un momento. Y el gigante, levantando sus ropas del suelo, se vistió apresuradamente.

Una cosa, sin embargo, era evidente y en ello estuvieron de acuerdo Camilloff, el respetuoso Sa-Tó y la generala, que para tratar a la familia de Ti-Chin-Fú, formar en el séquito de los funerales y, en una palabra, introducirme en la vida de Pekín, era preciso, desde luego, vestirme con un traje conforme a las maneras y al ceremonial de los mandarines.

En otros tiempos solía vestirme de peregrino para ir a la busca, pero los chicos me seguían como unos bobos y los guindillas me amenazaban con llevarme a la prevención. ¿Por qué, señores míos?... Lo que yo les decía: ¿Qué somos todos en este mundo, mas que peregrinos que vamos pidiendo a los demás y caminando hasta llegar al final de nuestra vida?

CUESTA. ¿Y no podrá decirme... a , que...? ELECTRA. ¡Ay, no! CUESTA. Por Dios, tenga usted confianza conmigo. ELECTRA. Ahora no puedo. Tengo que vestirme. CUESTA. Bueno: ya hablaremos. CUESTA. Vístase usted... y mañana... ELECTRA. , mañana. Adiós. Quiero darle otro besito. Cuesta la sigue con la vista. CUESTA, DON URBANO, EVARISTA; después ELECTRA. Perdone usted el plantón, Leonardo.