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Actualizado: 4 de junio de 2025
Delante de la puerta del dormitorio me detiene mi hermana, que está preparando sus valijas. Aquí no se puede estar dice, es una sorpresa para ustedes dos. ¡Nosotros dos!... ¡qué tontería! Como a las once, me pongo a la tarea de vestirme.
Me vi presa, juzgada, condenada y un terror invencible se apoderó de mí. No tuve ya más que un pensamiento, huir á la suerte que me esperaba, y sin pensar en lo que hacía, sin vestirme, en zapatillas, me lancé á la escalera y eché á correr. Estaba ya en el entresuelo, cuando una mano me detuvo y una voz me dijo bruscamente. ¿Dónde va usted así, Lea? Permanecí como atontada y sin responder.
A ver, echa aquí lo que tengas en el bolsillo. ¿Crees que la gente se mantiene con cañamones? ¿Crees que hay colegios de a ochavo como los buñuelos? ¡Qué puño!... Dame guita y verás. Tengo para no pordiosear. ¿Te ha dado el Canónigo? Lo bastante para poner a Mariano en una escuela y para vestirme con decencia. ¡Ah!, canóniga..., tú pitarás... Hablemos claro».
Saludó á los hombres con un movimiento de cabeza ceremonioso y protector, besando después la mano á Elena. Yo también, marquesa, siento ahora la necesidad de vestirme cuando llega la noche, lo mismo que en otros tiempos. Agradecida la Torrebianca á este homenaje, volvió la espalda á Moreno y ofreció una silla al recién llegado, junto á ella.
Siéntense ustés dijo Gallardo señalando un sofá en el fondo de la habitación . Ahí no estorban. Hablen y no se ocupen de mí. Voy a vestirme. ¡Me paece que entre hombres!... Y se despojó de su traje, quedando en ropas interiores.
Bueno, voy a vestirme; ¿mandó ensillar? ¿En cuál va a ir?... ¿En el zaino?... No; hágame ensillar el Platero... con recado, ¡eh! repuso Melchor dirigiéndose a su dormitorio.
Hable, padre, y será servido a pedir de boca. Pues bien, ilustrísimo señor. Ruégole que no vuelva a tomarse el trabajo de vestirme. Allá por la primera mitad del anterior siglo no se hablaba en Lima sino del alma de un padre mercedario que vino del otro mundo, no sé si en coche, navío o pedibus andando, con el expreso destino de dar un susto de los gordos a un comerciante de esta tierra.
Acababa él de llegar del extranjero, venía haciendo alarde de gastar mucho, tirando materialmente el dinero. A mí, por el modo de vestirme por mi tipo, ¿qué se yo? por si me ponía colorines y trajes estrambóticos me llamaban «la Vistosa o la rubia vistosa»; me vio, le caí en gracia y comenzó a obsequiarme.
Llamó con la mano. Ventura, Ventura. ¿Quién está ahí? gritó de adentro su esposa con voz extraña, indefinible. Soy yo... abre, abre pronto. Estoy en la cama. No importa, abre pronto. Déjame vestirme. No; abre en seguida o rompo la puerta. Voy, voy allá. El joven aguardó un instante. En vez de la puerta, creyó percibir que se abría el balcón del cuarto. ¡Abre, Ventura! gritó con furor.
Vuelto á casa, me sorprendí al vestirme hallando en mi cuello el despedazado pañuelo que había olvidado entregar á la señorita Margarita. Ella ciertamente lo creía perdido, y me decidí á apropiármelo como premio de mi húmedo torneo.
Palabra del Dia
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