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CUESTA. Para que pueda decirse una vez más que no hay paraíso sin serpiente. PANTOJA. ¡Oh, no! ¡Serpiente ya teníamos! CUESTA. Otra cosa: ¿no se ha enterado usted de la millonada que les traigo? , ya ... ya... Hemos ganado una enormidad. CUESTA. Evarista completará su magna obra de piedad... . CUESTA. Y usted dedicará mayores recursos a San José de la Penitencia. CUESTA. Que...

Que suba. Ya es demasiado retozar. DON URBANO. Voy. Los mismos; ELECTRA, tras ella MÁXIMO. Que no me coges... Bruto, fastídiate. Estoy en salvo... tía; mándele usted que se vaya. MÁXIMO. ¿Dónde está esa loca? Ya sabe donde se pone. EVARISTA. ¿Pero, hija, cuándo tendrás formalidad? Máximo, eres tan chiquillo como ella.

PANTOJA. Nada. Que para ese plan... hermosísimo, lo reconozco... no puedo ofrecer a usted mi cooperación. De modo que según usted, mi señora Doña Evarista, si la niña quiere perderse, que se pierda; si ella se empeña en condenarse, condénese en buen hora. Está. EVARISTA. ¡Oh! no... Me falta valor para intervenir... ¿Y con qué derecho?... Imposible, Don Salvador, imposible...

Me ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas. MÁXIMO. Me servían detestablemente, me robaban... Estoy solo con el ordenanza y la niñera. EVARISTA. Vente a comer aquí. MÁXIMO. ¿Y dejo a los chicos allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa. EVARISTA. No me los traigas, no. Adoro a las criaturas; pero a mi lado no las quiero.

Los mismos; MÁXIMO por el foro, presuroso, con planos y papeles. MÁXIMO. ¿Estorbo? EVARISTA. No, hijo. Pasa. MÁXIMO. Dos minutos, tía. DON URBANO. ¿Vienes de Fomento? MÁXIMO. Vengo de conferenciar con los bilbaínos. Hoy es para un día de prueba. Trabajo excesivo, diligencias mil, y por añadidura la casa revuelta. EVARISTA. ¿Pero qué te pasa?

EVARISTA. Porque no tengo poder para ello. PANTOJA. ¿Ni aun asegurándole que la reclusión de la niña tendrá carácter de prueba...? EVARISTA. Ni aun así. Está bien. Paciencia. No, señora... EVARISTA. ¿Yo cómo...? EVARISTA. Diciéndole... PANTOJA. Que venga inmediatamente con dos Hermanas... EVARISTA. ¿Por qué no le escribe usted? PANTOJA. Porque tengo que acudir a otra parte.

BALBINA. El niño chiquitín. EVARISTA. ¡Pero, hija...! PANTOJA. ¡Niña, niña! BALBINA. Estaba en su casa dormidito. Entraron de puntillas la señorita y esa loca de Patros... cargaron con él, y acá nos le han traído. EVARISTA. Es absurdo. Además, poco decente. Tía, ¡le quiero tanto...! ¡y él a ! MARQU

DOROTEA. , señora; pero en el rezo y en la meditación, su pensamiento cultiva la idea de quererle como hermano, y al fin, según hoy me ha dicho, espera conseguirlo. EVARISTA. ¡Su pensamiento! Falta que el corazón responda a esa idea. Bien podría resultar todo conforme a su buen propósito, si la desgracia ocurrida anteayer no torciera los acontecimientos... DOROTEA. ¡Desgracia!

ELECTRA. No vengas, hombre... por Dios, no vengas. Di que . MÁXIMO. ¡Ah! No te libras de . Chiquilla loca, tendrás juicio. Salen Máximo y el Marqués por el jardín. ELECTRA, EVARISTA, DON URBANO, PANTOJA, CUESTA, JOS

Los mismos; ELECTRA, por la izquierda con el niño en brazos. El niño es de dos años, poco más o menos. ELECTRA. ¡Hijo de mi alma! EVARISTA. Niña, por Dios, déjale y vámonos. Que llegamos tarde... Es un rasgo de maternidad. Yo lo aplaudo. MARQU